Ya adelanto que
esta columna no va de física, ni de la fruta que inspiró a Isaac Newton la ley
de la gravedad. La manzana que hoy me ocupa solo se escribe en inglés – Apple –
y representa a una de las compañías más rentables del mundo. Su fundador, el
excéntrico Steve Jobs, fue un empresario genial cuyas ideas todavía impregnan
hasta el último producto del catálogo Apple: teléfonos inteligentes, tabletas
electrónicas, ordenadores y, últimamente, hasta relojes. En realidad, la
compañía de la manzana mordisqueada no sólo alberga un misterio; está
repleta de ellos. Para empezar, ¿cómo han conseguido que todos sus clientes se
conviertan en los mejores embajadores de la marca? ¿Quién no tiene un amigo que
aprovecha nuestro menor descuido para recitar las innumerables ventajas de
tener el dichoso Mac? Ya le puedes decir las veces que quieras que tienes un PC,
sencillamente, porque cuesta tres veces menos: le da absolutamente igual.
¿Dónde está el truco? ¿Hipnosis a escala planetaria? Pero es que las
habilidades hipnotizadoras de los herederos de Jobs no solo afectan a nerds, frikis
y demás fauna capaz de plantarse en una tienda Apple a las dos de la mañana
para comprarse un reloj de 600 euros, no. ¡Afectan también a sectores
económicos enteros! Tomen el caso de la industria de la comunicación, por
ejemplo. Cada lanzamiento de un nuevo producto Apple consigue una repercusión
mediática tan brutal, que si tuviera que contabilizarse como gasto publicitario
no habría suficientes dólares en el mundo para pagarlo. ¡Y les sale gratis! Al
menos en teoría... Espero no ser el único tonto que les hace publicidad sin ver
un duro. O algún regalico, al menos. Un reloj no estaría mal. O un iPhone 6. No
le haría ascos a un iPad. O a un macbook pro. Lo confieso: es que molan un
montón.
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