Vuelvo a la playa después de muchos años y descubro que todos los
carteles están en ruso. Como imagino que a los esforzados hosteleros de
la Costa Dorada no les sobra el tiempo para hacer tontadas con el asunto
lingüístico - eso se lo dejan a los mandamases de la Generalitat -
deduzco que esto se ha llenado de rusos en mi ausencia. Rodeado de
guiris me convierto en uno más, y los camareros, que a estas alturas ya
tienen el aire cansado de los que añoran que venga el otoño y se nos
lleve a todos de una ventolera, me confunden con un próspero industrial
moscovita, o con el dentista de moda en el barrio más pijo de San
Petersburgo, que las chancletas son más eficaces para igualar a las
personas que todas las políticas sociales juntas. En esos momentos saco
mi acento almozareño más puro, y les demuestro que soy un compatriota y
que no procede que me metan una estocada hasta la bola por el Kas, la
cerveza y las chips algo pasadas que nos han servido. Que no soy
dentista, aunque a mi madre le habría encantado. En realidad, ser
español y vacacionar en septiembre es señal de que no cortas el bacalao,
de que nadie cuenta contigo para resolver las cuestiones pendientes
"del nuevo curso", como ahora se dice; que el mundo puede funcionar sin
ti de maravilla. Pues muy bien, no hay problema, he pillado la
indirecta. Durante esta semana, voy a ser guiri. Hablaré a los camareros
en inglés -con acento ruso- y cuando vea a Rajoy, a Sánchez o a Artur
Mas por televisión me preguntaré quiénes son esos españoles tan raciales
y simpáticos. Mientras cambio de canal a toda velocidad. Chico, qué
relax. Por cierto, ¿qué tal le habrán quedado los braquets a la señora
Stoseskya? Bueno, olvídate de eso ahora, ¿quieres? Estás de vacaciones y
eres guiri. Disfruta mientras puedas.
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