viernes, 18 de septiembre de 2015

SELFIES (18/09/2015)

Para empezar, la palabra es una sonora derrota, una más, de las lenguas no anglosajonas frente al todopoderoso inglés. Una autofoto es una gilipollez; un selfie es algo cool, porque lo hacen las celebrities en la entrega de los Oscars y en el entierro de Mandela (vayan sumando los anglicismos porque me veo muy fuerte: hoy cae algún récord). Pero más allá del término que se utilice, el selfie está de moda y, como todo lo que se hace muy popular rápidamente, ha debido de tocar alguna tecla interna en la compleja psicología social de los humanos que lo justifica. Veamos, en primer lugar, mostrarnos a los demás se ha convertido en una obligación casi ineludible. ¿Pueden imaginar a alguien que se vaya de vacaciones a la India y que vuelva sin haber colgado una foto del Taj Mahal en las redes sociales? Pero no una foto del monumento, que esas ya están en wikipedia; ¡una foto del susodicho en el Taj Mahal! Es absolutamente impensable. ¿Por qué? Porque equivaldría prácticamente a no haber ido. Por tanto, hay un componente muy social en el fenómeno selfie, lo que parece algo positivo. Pero vayamos a la parte turbia, que también la tiene. Imaginen a alguien que viajara en el tiempo desde el pasado, desde aquellos días lejanos en los que cuando querías una foto no apuntabas la cámara a tu propia cara sino que pedías amablemente a un viandante que te la hiciera. ¿Qué pensaría? Lógicamente, que la sociedad actual está gravemente enferma. ¿Y qué pensaría cuando viera a alguien sacar un palo metálico telescópico, colocar la cámara en el extremo y hacerse una foto? Que la sociedad necesita una gran camisa de fuerza con costuras reforzadas. Con algo más de perspectiva, los que hemos visto nacer la moda selfie nos ponemos menos dramáticos: no es el fin del mundo. A lo mejor porque ya estamos locos sin remedio.

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