viernes, 10 de junio de 2016

BREXIT (10/06/2016)

Entre los partidarios de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea se han disparado las alarmas. A solo dos semanas del referéndum, las encuestas reflejan un empate técnico y los proeuropeos, con el primer ministro David Cameron a la cabeza, se disponen a sacar toda la artillería argumental para tratar de convencer al ciudadano medio de la trascendencia del momento – para que vaya a votar – y de la importancia de seguir formando parte del proyecto continental. Fuera de Gran Bretaña, el asunto se observa con preocupación. No sé si al nivel de la calle, pero desde luego sí en las cancillerías. España, fiel a la tradición, va un poco por libre. En lo que respecta a la opinión pública, el personal ya está bastante entretenido con la contienda electoral más disputada de su historia democrática, y en cuanto al gobierno, lleva tantos meses en funciones que le ha cogido gusto a tomar cierta distancia de los problemas y a adoptar una actitud zen. Porque problema es, y de enormes proporciones. El “leaving” del Reino Unido supondría el golpe más importante a las relaciones diplomáticas europeas desde la II Guerra Mundial. Una perspectiva tan lamentable y retrógrada que hasta hace poco se consideraba imposible. ¿Cómo se concibe que una de las naciones más avanzadas del mundo pueda cometer un error histórico de tal magnitud? Porque cuando una potencia internacional se zambulle en la equivocación, lo hace con el mismo entusiasmo que aplica a sus mayores logros y las consecuencias suelen ser fatales. No hace falta cambiar de continente para encontrar otros ejemplos aún más sangrantes: Alemania, sin ir más lejos. Como en el caso del órdago escocés, yo confío en que el buen sentido se imponga y que la cosa se quede en un buen susto. Del que convendrá sacar las oportunas conclusiones.     

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