viernes, 3 de junio de 2016

LA NOCHE QUE FUI CASPOLINO (03/06/2016)

La Gala de los Bajoaragoneses, que organiza este bendito periódico y su grupo de comunicación, me motiva especialmente. En primer lugar, porque me parece justísimo que los hombres y mujeres que se dejan la piel cada día en esta empresa se den un homenaje una vez cada dos años. Y luego están los premiados. Después de conocerles le entran a uno ganas de fundar empresas, investigar enfermedades raras o correr maratones. Reconozco que para asistir a la gala debo vencer cierto grado de pereza social. Acudo solo y no conozco a casi nadie, y aquellos a los que conozco son los anfitriones que deben atender a los que no conozco. Conclusión: observo y escucho, más que hablo, lo que tampoco viene mal para aprender cosas nuevas y asimilarlas. A la hora de la cena ocupé el sitio que tenía asignado y no tardé en advertir que todos mis compañeros de mesa se conocían. ¡Eran todos de Caspe! Con naturalidad, sin ceremonias, antes de liquidar el primer entrante sentí que me habían adoptado y durante las dos horas siguientes experimenté una inmersión caspolina tan intensa, que si me hubieran puesto una pluma delante habría firmado el Compromiso allí mismo, sobre una servilleta. Hay que aclarar que el Caspe oficial - alcalde y autoridades - ocupaban una mesa contigua, más centrada y con mejores vistas. Mis compañeros de mesa – Javier, Juanjo, Antonio, Rosie, Manuel, Isaac y las dos Elenas – eran genuinos representantes del Caspe real: pequeños y medianos empresarios hechos a sí mismos, que levantan cada mañana la persiana de sus negocios conscientes de que solo resistir es un triunfo en un país como el nuestro, donde la iniciativa privada se mira a menudo con suspicacia. No fue el caso de aquella cena memorable, desde luego. Por una noche, todos sentimos orgullo por lo que hacíamos. La noche que fui caspolino.

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