La película lo tenía todo para triunfar. Un director de
prestigio como Ron Howard, una estrella emergente como Chris Hemsworth, y una
historia llena de épica, vinculada a una de las grandes obras de la literatura mundial.
“En el corazón del mar” cuenta la historia real del buque ballenero “Essex”,
hundido en aguas del Pacífico Sur en 1820 por la embestida de un cachalote
blanco, que sirvió de inspiración a Herman Melville para escribir “Moby Dick”. Y
sin embargo, la película ha sido uno de los grandes fracasos del año. El coste
de producción ascendió a la astronómica cifra de 100 millones de dólares – con
ese dinero se podrían financiar 50 películas como “La novia”, de Paula Ortiz -,
mientras que la recaudación mundial apenas ha sobrepasado los 90. Números que
anuncian pérdidas enormes, porque el porcentaje de taquilla que llega a los
productores suele rondar el 30%, una vez descontados los gastos de publicidad,
distribución y exhibición. En definitiva, un naufragio total.
¿Alguien pudo predecirlo? A toro pasado, todos vemos los
cuernos. Las debilidades de la cinta comienzan a mostrarse muy pronto, en el
mismo título. ¿Alguien podría concebir algo más flácido y ambiguo que “En el
corazón del mar”? Como los creativos de la Warner Brothers son gente
inteligente, es obligado pensar que el título fue un arreglo transaccional,
tras acaloradas discusiones, y que estaba destinado más a esconder el tema de
la película que a mostrarlo. Porque la historia tiene un pecado original que nadie
logra hacer olvidar: el héroe, el atractivo primer oficial del buque
interpretado por Chris Hemsworth, tiene como máximo objetivo en la vida llenar
barriles con grasa de ballena para ganar dinero y ascender en la profesión. El
problema es que para ello tiene que clavar unos terribles arpones de hierro en
la carne del indefenso mamífero, con el consiguiente aparato de sangre a
borbotones y crías desvalidas que gritan por la suerte de sus gigantescos
progenitores. Un programa vital que choca frontalmente con la escala de valores
vigente en la sociedad actual. La ballena es hoy un animal simbólico que
representa como pocos el espíritu del ecologismo y la conciencia de los seres
humanos por la conservación del medio ambiente.
¿No sabían los productores que existe algo llamado Comisión
Ballenera Internacional que prohíbe la caza comercial de estos cetáceos? Claro
que sí. Los guionistas presentían las dificultades que encontraría el público
para identificarse con un exterminador, pero sobrevaloraron su capacidad para
resolver el problema; al final, acaban convirtiendo al protagonista en un
ballenero arrepentido, algo tan poco creíble que hace hundirse a la película
todavía un poco más. Con ella se van a pique millones de dólares, una puesta en
escena apabullante y unas interpretaciones muy meritorias. Por no citar el
trabajo de centenares de profesionales cuyos nombres siguen desfilando
morosamente por la pantalla en los créditos, cuando los espectadores ya se han
montado en el tranvía que les llevará a casa.
“En el corazón del mar” debería ser objeto de estudio en
todas las escuelas de cine. Porque los errores son la fuente más rica de aprendizaje
que existe. Además, si son ajenos, aprovechamos la experiencia y nos ahorramos
el dolor. Eso sí; si algún día me paso por las oficinas de la Warner para
proponerles un proyecto, juro que no pronunciaré la palabra ballena, ni citaré
a Herman Melville, ni a Moby Dick, ni a John Houston. Fingiré que no los
conozco de nada.
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