La oronda humanidad de Donald Trump, el no-presidente, la
encarnación de todo lo que un político no debería ser jamás, nos impide saborear
una realidad mucho más estimulante. Una realidad revolucionaria. Hillary
Clinton podría convertirse en la primera mujer presidente de los Estados Unidos
de América y ocupar así el cargo político más importante del planeta, lo más
parecido a un rey de la Tierra que pudiéramos encontrar. Permítanme una licencia
hollywoodiense para acabar de rematar el concepto: si una civilización
extraterrestre se decidiera a visitarnos, las palabras de bienvenida serían
pronunciadas por el presidente americano, encarnado por Gene Hackman, Harrison
Ford o Morgan Freeman.
A pesar de su tradicional postergación de los círculos de poder
- dejando las viejas monarquías absolutas aparte -, las mujeres no son unas
recién llegadas al mundo de la política. Desde 1960, en que la esrilanquesa
Sirimavo Bandaranaike se convirtió en la primera presidenta de gobierno de la
historia, casi ochenta mujeres han ocupado la jefatura de una nación. Algunas
tan carismáticas como Indira Gandhi, Benazir Bhutto o Margaret Thatcher. En la
actualidad, destacan mujeres al frente de estados muy poderosos como Angela
Merkel en Alemania o Theresa May en el Reino Unido, y otras en países de clase
media, como las presidentas de Chile, Croacia, Lituania, Noruega o Corea del
Sur. Sin embargo, aunque este escenario invite al optimismo, todavía hay
llamativas ausencias de personal femenino al frente de algunos países. De
Italia, por ejemplo; de los cuarenta y tres gobiernos habidos tras la II Guerra
Mundial, ninguno ha sido presidido por una mujer. En Francia, aparte del
efímero paso de Edith Cresson por el palacio de Matignon a principios de los
noventa, ninguna mujer ha regido los destinos de la nación. En España, ya saben
cómo estamos; para tener una mujer presidente, antes deberíamos tener una mujer
candidata, circunstancia inédita en este país al que últimamente se le
atragantan las elecciones. Alguien debería aconsejar a Mariano Rajoy que el
nombramiento de una mujer podría desatascar la situación. Por cierto, Alemania
y Reino Unido, países protestantes, tienen mujeres gobernantes. En Italia,
Francia y España, países católicos, las mujeres siguen ausentes. Al Papa
Francisco no le gustará leer esto, pero la injustificable y trasnochada
exclusión de las mujeres en la Iglesia Católica – exclusión, que no simple
ausencia - continúa siendo un lastre cultural que los países del sur de Europa debemos
arrastrar. Su Santidad debería ir más allá de las relaciones públicas y
revolucionar verdaderamente su Iglesia. La causa de la Justicia se lo agradecería.
Pese a todos los precedentes, el caso de Hillary Clinton podría
ser un hito histórico. Más nos vale. En los mítines de Donald Trump, cuando el antipático
candidato la nombra – lo que ocurre constantemente dada su patética falta de
discurso – la concurrencia republicana grita “a la cárcel, a la cárcel”. Estoy
convencido de que tras esa agresividad se esconde un machismo palpitante,
inoculado desde la infancia por progenitores más aficionados a las galerías de
tiro que a las bibliotecas. Tras mucho pensar, solo encuentro una utilidad a la
improbable victoria de Trump en las próximas elecciones. Si una civilización
extraterrestre se presentara en la tierra con malas intenciones, con solo
asomar su repelente flequillo rubio, Trump eliminaría la amenaza. Los
extraterrestres se marcharían por donde habían venido.
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