El ruedo ibérico vuelve a demostrar que la política es el
más cruel de los pasatiempos humanos. En cualquier otro negocio de la vida, al
derrotado se le deja en un rincón, o se le remata definitivamente para que no
sufra, como a un animal herido. No en la política. Aquí la derrota puede ser
solo el comienzo del viaje a los infiernos, como están conociendo los
atribulados dirigentes del Partido Socialista Obrero Español.
En efecto, los socialistas han obtenido el peor resultado
histórico en unas elecciones generales, han cosechado decepción tras decepción
en sucesivas elecciones autonómicas, y han sufrido una crisis institucional sin
precedentes que ha dejado al partido dividido en dos bandos cuyas mutuas
heridas serán difíciles de restañar. Su situación de debilidad – esto es
política, no juegos florales – es aprovechada por Podemos, que amenaza ahora con
romper sus acuerdos de gobierno en autonomías y ayuntamientos. ¿Es posible
imaginar una situación peor? Sí. Por increíble que parezca, sobre los fatigados
hombros socialistas se ha hecho recaer, casi en exclusiva, la pesada
responsabilidad de evitar unas terceras elecciones y de hacer posible la
gobernabilidad del país.
¿Y qué hacen mientras tanto sus rivales políticos? Si al
menos compartieran la carga, el sufrimiento sería más llevadero. Pero no. El
presidente del gobierno, cuyo partido debe responder cada día por casos de
corrupción, está en el año más plácido de toda su carrera; se rumorea que ha
batido el récord de dormir de tirón, desde que llegó a la Moncloa. En Podemos, Iglesias
y Errejón juegan al piedra, papel, tijera – yo saco el puño, tú la v de la
victoria – mientras escenifican una lucha de poder algo artificial y saborean
por anticipado las encuestas, que hablan de un sorpasso en toda regla. Albert
Rivera está casi desaparecido de la palestra pública, como si no acabara de
encajar los sonoros fracasos de Ciudadanos en Galicia y País Vasco. Al menos, se
le deja rumiar sus derrotas con un mínimo de tranquilidad.
¿Pudieron hacer algo los socialistas para evitar esta
debacle, o su triste destino estaba “blowing in the wind”, como un augurio
fatal? Por supuesto que pudieron. Es imposible llegar a una situación tan
desastrosa sin que alguien haya tomado decisiones estratégicas equivocadas. Imposible.
El dilema actual, abstenerse o votar en
contra de una investidura de Rajoy, era un planteamiento envenenado y una
trampa para osos de tamaño provincial, pero tenía una alternativa clara: condicionar
la abstención del PSOE a la salida de Rajoy de la presidencia del gobierno.
Quizá no era el ideal pero sí lo “hacedero”. Las ventajas de este movimiento
para los socialistas se amontonaban: transmitir imagen de partido responsable
al facilitar la gobernabilidad de España, mostrarse inflexibles ante la corrupción,
llevar la iniciativa y ocupar el liderazgo de la oposición. Con él, la presión
de la opinión pública se habría trasladado en gran parte al Partido Popular, y
muy especialmente a su líder, Mariano Rajoy, que habría dormido con sobresaltos
frecuentes. Habría sido bien recibido incluso por gran parte de los votantes
del PP, que en una encuesta reciente se confesaban no demasiado entusiasmados con
la candidatura del eterno gallego.
¿Por qué el partido socialista se cerró a esta posibilidad?
Felipe González la insinuó en su momento y Pedro Sánchez la descartó. Es evidente
que al exsecretario general le sobró dogmatismo y le faltó flexibilidad. ¿Dónde
está hoy Sánchez? ¿Dónde, el PSOE?
No hay comentarios:
Publicar un comentario