sábado, 8 de octubre de 2016

VENTURA EN ZARAGOZA (I) (02/10/2016)

Había nacido en Ciempozuelos, cerca de Madrid, en 1717. Su nombre era sinónimo de buena suerte, pero nadie podía decir que había alcanzado el lugar de privilegio que ocupaba por un golpe de fortuna, o por el favor de algún señor poderoso. Ventura Rodríguez era arquitecto del Rey por méritos propios, porque antes de tocar un plumín se había manchado las manos de mortero y conocía bien el sabor del polvo en la garganta. Su padre, que era maestro de obras, tuvo el buen sentido de reconocer en su hijo un talento superior al propio, y de fomentarlo, consiguiendo introducirlo en el gabinete de delineación del Palacio Real de Madrid. Y allí el joven Ventura hizo su parte. El ansia de aprender, la destreza en el dibujo y -lo que no se aprende en ninguna academia- la sensibilidad hacia la belleza, le hicieron destacar. Los italianos, que todo lo hacían y deshacían, se fijaron pronto en él, y el viejo maestro Filipo Juvarra, al que todos temían, le trataba especialmente y le decía que por sus venas corría sangre italiana; que nunca había visto a un español dibujar con tanta finura.
Pero tuvo Ventura Rodríguez unos valedores aún más grandes: los reyes de España, Fernando VI y Doña Bárbara de Braganza. De príncipe, poco inclinado a las conspiraciones palaciegas urdidas por su madrastra, la italiana Isabel de Farnesio, Fernando se había refugiado en las artes y encontró en su esposa Bárbara, la que decían la princesa más fea de Europa, el complemento perfecto a su melancolía. Cuando fue rey, desterró a su madrastra. Y cuando se encontró a un italiano al frente de las obras reales –muerto Juvarra, le había sustituido Sachetti- lo mantuvo porque era un hombre justo, pero ello no le impidió promocionar a un joven arquitecto español, de nombre venturoso y notable talento. En 1749, contra todo pronóstico, Fernando VI eligió el proyecto de Ventura Rodríguez para la Capilla Real, en detrimento del de su jefe y director, el italiano Sachetti. ¿Un desquite tardío contra la herencia de su madrastra? Es imposible saberlo. Si fue resentimiento supo acompañarlo de prudencia, porque él sabía que Ventura era un valor seguro.
Al rey le gustaba el joven arquitecto, y a su real esposa también. Cuando llegó a la corte la petición de ayuda de la Junta de Obras de la Catedral del Pilar de Zaragoza, para resolver un problema arquitectónico que se antojaba endiablado, Fernando VI volvió a pensar en su arquitecto protegido. La petición venía abrumadoramente bien recomendada: la traía el ministro Carvajal y las muchas amistades que guardaba en la corte Antonio Jorge y Galván, Deán del Pilar. ¡Hasta el mismísimo médico del Rey, el doctor Suñol, que era zaragozano y parroquiano de la Magdalena, aprovechaba la consulta con Su Majestad para convencerle de la necesidad de que la Virgen del Pilar tuviera un templo digno de su grandeza!
Y viajó finalmente Ventura a Zaragoza, con licencia real de tres meses, para trazar planta y alzados de una nueva Santa Capilla que sustituyera a la antigua, en el templo del Pilar a orillas del Ebro. Entró en la ciudad y antes siquiera de instalarse, quiso el arquitecto conocer el lugar en el que se iba a levantar su obra. La visión del templo no pudo causarle una impresión más decepcionante: oscuro, inacabado y decorado sin gusto. Casi le pareció escuchar las carcajadas de Sachetti, que conocía bien el lugar por haber tomado medidas unos años antes. De pronto, Ventura Rodríguez supo que estaba obligado a realizar la obra más importante de su vida.

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