domingo, 4 de diciembre de 2016

LA SONRISA DE ZIDANE (04/12/2016)

Para Darwin, la capacidad de comunicar emociones a través del rostro, constituía una ventaja evolutiva. No es casualidad, por tanto, que los humanos, la especie más influyente del planeta, seamos capaces de expresar hasta 21 emociones diferentes con solo mover los músculos de la cara. Felicidad, tristeza, miedo, enfado, ira... Otros animales comparten esta habilidad, pero mucho menos desarrollada. La gestualidad facial es una ventaja cuando se vive en un ambiente social cooperativo, pero puede ser un grave inconveniente cuando la vida se reduce a esa implacable ley de la naturaleza que consiste en comer o en ser comido; dudo mucho que a una gacela thompson le interese que el guepardo sepa que está cagada de miedo, o que ese día se ha levantado un poco tristona y sin ganas de nada.
Pero en las sociedades humanas las cosas no son tan sencillas. Como somos una especie capaz de producir individuos tan dispares como Adolf Hitler o Vicente Ferrer, alimañas indeseables o modelos de generosidad, la capacidad de comunicar emociones con el rostro no solo sirve al que las emite - para demostrar amor, disconformidad o para intimidar a un potencial agresor - sino que además juega un papel fundamental en las relaciones sociales para avisar al resto del mundo de la personalidad del sujeto en cuestión o de cuáles son sus intenciones. Lo quiera éste o no. Alguien podrá decir que el mundo está lleno de mentirosos profesionales, lobos con piel de cordero que esconden su verdadera naturaleza de hijos de mala madre detrás de una sonrisa encantadora. Es posible. Pero tampoco somos tan fáciles de engañar. Durante miles de generaciones, la especie ha depositado en el ADN valiosa información sobre cómo interpretar los gestos de nuestros semejantes, que nos ayudan a “calar” rápidamente a las personas. Pero muchas veces ni siquiera hace falta. Hablando de Hitler, no había que ser un lince ibérico para darse cuenta de que ese hombre era un peligro público al que no se le debía dejar presidir ni una comunidad de vecinos. Y qué me dicen de Fidel Castro; alguien que se dedica a largar discursos de tres horas llenos de muecas y aspavientos, tiene un clarísimo problema de megalomanía. Pero, claro, luego está la estupidez humana, el miedo, y la predisposición a dejarse manipular por individuos lamentables, como hemos demostrado todos los pueblos de la tierra en algún momento de nuestra historia.
Yo me quedo con la sonrisa de Zinedine Zidane. ¿Se han fijado en que el actual entrenador del Real Madrid sonríe siempre en las ruedas de prensa y que nunca transmite tensión o agresividad? A pesar de que el fútbol es una de las actividades humanas menos sofisticadas, la cantidad de dinero que mueve y las increíbles pasiones que despierta, hacen del oficio de entrenador uno de los más estresantes del mundo. Pero Zidane mantiene la calma, contra viento y marea. Zidane sonríe casi siempre y cuando lo hace, se parece mucho a un niño. No porque tenga ideas simples o un discurso poco elaborado, sino porque esa actitud relajada es más propia del mundo infantil que del adulto. En el fondo, esa sonrisa es la expresión de una madurez profunda. La de alguien que siempre ha trabajado duro, desde la humildad, y que ha sabido asimilar el éxito y aceptar sus errores. Por cierto, cuando lean estas líneas ya se habrá jugado el “clásico” Madrid contra Barcelona. ¡Si Zidane monta un escándalo en la rueda de prensa posterior, arruinará mi artículo! Estoy tranquilo. Estoy seguro de que no lo ha hecho.

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