Para Darwin, la capacidad de comunicar emociones a través
del rostro, constituía una ventaja evolutiva. No es casualidad, por tanto, que los
humanos, la especie más influyente del planeta, seamos capaces de expresar
hasta 21 emociones diferentes con solo mover los músculos de la cara.
Felicidad, tristeza, miedo, enfado, ira... Otros animales comparten esta
habilidad, pero mucho menos desarrollada. La gestualidad facial es una ventaja
cuando se vive en un ambiente social cooperativo, pero puede ser un grave inconveniente
cuando la vida se reduce a esa implacable ley de la naturaleza que consiste en
comer o en ser comido; dudo mucho que a una gacela thompson le interese que el
guepardo sepa que está cagada de miedo, o que ese día se ha levantado un poco
tristona y sin ganas de nada.
Pero en las sociedades humanas las cosas no son tan
sencillas. Como somos una especie capaz de producir individuos tan dispares
como Adolf Hitler o Vicente Ferrer, alimañas indeseables o modelos de
generosidad, la capacidad de comunicar emociones con el rostro no solo sirve al
que las emite - para demostrar amor, disconformidad o para intimidar a un
potencial agresor - sino que además juega un papel fundamental en las relaciones
sociales para avisar al resto del mundo de la personalidad del sujeto en
cuestión o de cuáles son sus intenciones. Lo quiera éste o no. Alguien podrá
decir que el mundo está lleno de mentirosos profesionales, lobos con piel de
cordero que esconden su verdadera naturaleza de hijos de mala madre detrás de
una sonrisa encantadora. Es posible. Pero tampoco somos tan fáciles de engañar.
Durante miles de generaciones, la especie ha depositado en el ADN valiosa
información sobre cómo interpretar los gestos de nuestros semejantes, que nos
ayudan a “calar” rápidamente a las personas. Pero muchas veces ni siquiera hace
falta. Hablando de Hitler, no había que ser un lince ibérico para darse cuenta
de que ese hombre era un peligro público al que no se le debía dejar presidir
ni una comunidad de vecinos. Y qué me dicen de Fidel Castro; alguien que se
dedica a largar discursos de tres horas llenos de muecas y aspavientos, tiene
un clarísimo problema de megalomanía. Pero, claro, luego está la estupidez
humana, el miedo, y la predisposición a dejarse manipular por individuos
lamentables, como hemos demostrado todos los pueblos de la tierra en algún
momento de nuestra historia.
Yo me quedo con la sonrisa de Zinedine Zidane. ¿Se han
fijado en que el actual entrenador del Real Madrid sonríe siempre en las ruedas
de prensa y que nunca transmite tensión o agresividad? A pesar de que el fútbol
es una de las actividades humanas menos sofisticadas, la cantidad de dinero que
mueve y las increíbles pasiones que despierta, hacen del oficio de entrenador
uno de los más estresantes del mundo. Pero Zidane mantiene la calma, contra
viento y marea. Zidane sonríe casi siempre y cuando lo hace, se parece mucho a un
niño. No porque tenga ideas simples o un discurso poco elaborado, sino porque
esa actitud relajada es más propia del mundo infantil que del adulto. En el
fondo, esa sonrisa es la expresión de una madurez profunda. La de alguien que siempre
ha trabajado duro, desde la humildad, y que ha sabido asimilar el éxito y
aceptar sus errores. Por cierto, cuando lean estas líneas ya se habrá jugado el
“clásico” Madrid contra Barcelona. ¡Si Zidane monta un escándalo en la rueda de
prensa posterior, arruinará mi artículo! Estoy tranquilo. Estoy seguro de que
no lo ha hecho.
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