viernes, 26 de mayo de 2017

ENGLISH (14/05/2017)

Jean Claude Juncker, el actual presidente de la Comisión Europea, tiene fama de cachondo. Como fue primer ministro de Luxemburgo durante 18 años – un trabajo más fácil que entrenar al Barça – tuvo tiempo de desarrollar el sentido del humor de los ricos que no tienen que preocuparse por las cifras del paro. En el INEM de Luxemburgo deben estar tan aburridos que si te apuntas te regalan un reloj de oro. 
Lógicamente, a Juncker el Brexit le ha sentado como un tiro. Que tu mandato al frente de la Comisión vaya a ser recordado por el acontecimiento más traumático de la historia europea reciente es una puñalada trapera del destino que pide venganza. Que se preparen los británicos porque a partir de ahora Jean Claude solo dispara con bala. Hace unos días, en una conferencia pronunciada en Florencia, el presidente de la Comisión sorprendió a todos dirigiéndose a la audiencia en francés. Preguntado por ello, puso cara de luxemburgués sorprendido y espetó: “lenta pero inexorablemente, el inglés está perdiendo importancia en Europa”. 
La idea es atractiva. ¿Se imaginan qué cara se les quedaría a los arrogantes ingleses que no han pisado una academia de idiomas en su vida, si de la noche a la mañana su lengua ya no les sirviera para moverse por el mundo con despreocupación? Entonces sabrían lo que es acostarse con un buen dolor de cabeza, tragar saliva a decalitros o aparentar un C.I. de 80 por culpa del idioma. Por desgracia, este sueño se antoja improbable y la señora May continuará haciéndose un hueco en el olimpo de los primeros ministros británicos más nefastos de la historia sin bajarse de su idioma ni para pedir la hora. De momento, el inglés seguirá siendo la lingua franca europea porque ya hemos invertido en su aprendizaje tal cantidad de tiempo y de dinero – ¿verdad, Mariano? – que renunciar a él sería una locura. 
Tomen el sistema educativo español, por ejemplo. La obsesión por el bilingüismo no conoce límites, como he tenido la ocasión de comprobar recientemente a la hora de escoger el futuro colegio de mi hijo. Durante la agotadora tournée de jornadas de puertas abiertas a que tuve que someterme, no dejé de escuchar metáforas acuáticas que hablaban de inmersión lingüística, de sumergirse en el idioma desde edades tempranísimas y de hacerlo todo en inglés. Un ahogo. En uno de los colegios llegamos a asistir a una clase real de conversación dirigida por una nativa estadounidense que tenía el acento más cerrado que un granjero de Minnesota. Por el amor de Dios, ¡a qué velocidad hablaba aquella mujer! Cuando salimos de allí, varios padres habían empalidecido y parecían a punto de correr al quiosco a por todos los números del That´s english. La directora proclamó triunfal que si a alguno de los niños se le ocurría despertarse de la siesta antes de tiempo, se le empaquetaba una clase de inglés. Sospecho que el absentismo sestil va a ser bajísimo. 
No soy tan cazurro como para ignorar la enorme importancia de los idiomas en la educación. Lo que temo es el pendulismo hispánico: si un día fuimos campeones mundiales en ignorancia idiomática, ahora queremos ser los mejores en cuatro días. El problema es que esto no es Luxemburgo, nuestro primer ministro no es un cachondo y en el INEM hay que coger número, como en la pescadería. En aquella larga tournée colegial no escuché una sola voz que expresara preocupación porque los alumnos alcanzaran un nivel excelso de expresión oral y escrita en el idioma más importante de todos. Que no es otro que el español.

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