jueves, 3 de agosto de 2017

ARTE NATURAL (23/07/2017)

El género humano no se pone de acuerdo en casi nada. Las culturas, las religiones y las ideologías se llevan tirando los trastos a la cabeza desde que el mundo es mundo sin que nadie haya logrado imponer a sus semejantes una sola idea o concepto que haya sido aceptado unánimemente. El cristianismo, el islam o el budismo tienen millones de seguidores en todo el planeta, pero más allá de la aconsejable concordia entre religiones, unas y otras se excluyen mutuamente: no se puede ser cristiano o mahometano al mismo tiempo; ni siquiera budista a tiempo parcial. El amor, si hablamos de filosofía de vida, podría parecer una verdad moral universal. Pero la historia demuestra que cada época engendra grupos humanos bastante numerosos que abrazan ideologías destructivas donde la fuerza derrota al amor y la armonía se reserva solo para los de la tribu, administrando a los extraños generosas raciones de palos y exterminio. 
El arte, la belleza, ¿podría ser aquello que nos una a todos los seres humanos sin excepción? Las obras maestras de los artistas suelen concitar la admiración general. Piénsese en el busto de Nefertiti, en el doncel de Sigüenza, en el Taj Mahal o en la Mezquita Azul. Por desgracia, en el mismo momento en que hago este razonamiento me vienen a la mente las imágenes de los budas de Bamiyán destruidos por los talibanes en Afganistán, o las ruinas de Palmira dinamitadas por los fanáticos islamistas del Daesh. Y se me cae por tierra el argumento. 
Por Dios, por Buda, por Alá... ¿tan difícil es encontrar algo en que todos los humanos podamos ponernos de acuerdo? ¡No tanto! Lo descubrí la semana pasada y no necesité cruzar un océano, atravesar un desierto o aprender una lengua extraña. En realidad, solo necesité viajar a Saravillo, provincia de Huesca, y ascender con mi bicicleta la pista que lleva hasta la orilla del ibón de Plan y contemplar uno de los paisajes naturales más bellos del Pirineo aragonés y, por qué no, de España y del mundo. Sentado en uno de los troncos que adornan románticamente la orilla del lago sentí tal comunión con la naturaleza que llegué a la certeza de que si tuviera junto a mí al más fanático de los barbudos del ISIS, a este no le quedaría más remedio que admitir que aquel paisaje era hermoso. ¡Eureka! Si después le digo que ese lago glaciar es conocido por una leyenda que dice que una bellísima mora aparece bailando sobre sus aguas cada noche de San Juan, enroscada por serpientes y llena de joyas - y que da origen a su otro nombre, la Basa de la Mora - entonces no lo baja de allí ni la guardia civil. 
Por fin algo que nos une a todos. La naturaleza en estado puro, el arte natural. Otra estupenda razón para tomar conciencia de la necesidad de cuidar el medio ambiente y aprovechar sus recursos de modo sostenible. A largo plazo, si destruimos el planeta acabaremos con las esperanzas de supervivencia de la especie; en el corto, atacar la naturaleza es atacar la convivencia entre todos los seres humanos. Invitaría al presidente Donald Trump a acercarse hasta el ibón de Plan para ver si allí arriba, en el aire fino de las montañas, puede llegar a comprenderlo. La limusina presidencial la puede dejar en el aparcamiento de Plan; ya hablaremos con el alcalde para guardarle un buen sitio. Subir a pie hasta los 1.910 metros de altitud ayudará a aclararle las ideas. Si prefiere la bicicleta, desde Saravillo, por la pista. Ya verá, Mr. Trump, qué belleza y armonía inigualables. Yo allí vi la luz. ¿Por qué no le puede pasar a usted? 

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