domingo, 1 de octubre de 2017

EL METEORITO (01/10/2017)

Tras largas deliberaciones conmigo mismo, he llegado a la conclusión de que debo escribir sobre el asunto. Comprende, querido lector, que no mentar hoy el referéndum catalán sería tan raro como si esperásemos el choque inminente de un meteorito y yo me pusiera a escribir sobre la berrea del ciervo en los montes de la Garcipollera. Que no es un tema que carezca de interés, cuidado, pero por desgracia los berridos más urgentes vienen del este, de esa Cataluña levantisca que algunos quieren llevar al borde del abismo. 
Pero ya que hablamos de meteoritos, subamos imaginariamente a lomos de una roca incandescente y contemplemos el globo terráqueo desde la distancia. ¿Cuántas unidades ven? Una, pardiez. La tierra es una e indivisible, y para llegar a esa conclusión no ha sido necesario redactar una constitución ni convocar un congreso de sabios. Hace quinientos años, nuestros antepasados creían que la tierra era plana, y hace 10.000, el universo conocido de una comunidad de cazadores-recolectores se limitaba al territorio que podían recorrer durante una fatigosa jornada. La revolución tecnológica que se inició entonces no solo ha servido para alargar la esperanza de vida o rodear nuestra existencia de comodidades; también nos ha proporcionado perspectiva. Perspectiva sobre lo que somos como especie y sobre el maravilloso lugar que habitamos. Cuando la NASA publicó en 1968 la primera fotografía del planeta tierra tomada desde la órbita de la luna por el Apolo 8, casi nadie fue consciente del hito histórico que habíamos alcanzado. Enfangados en las disputas de la guerra fría, pocos advirtieron que aquella imagen era la prueba más contundente de la unicidad que gobierna el mundo y todos sus habitantes; la demostración de que, algún día, sin importar cuántas razas, culturas, lenguas, o ideologías diferentes pueblen hoy el planeta, seremos esa unidad, un único pueblo de seres humanos en armonía con el resto de la naturaleza y viviendo en paz e igualdad. 
Que nadie se alarme. Solo con imaginar el flequillo beatle de Carles Puigdemont he vuelto a la realidad terráquea de hoy, primero de octubre, y a la urgencia del momento. ¿Cómo hacer entender a un nacionalista catalán que su sueño independentista es antihistórico y que va exactamente en dirección contraria al camino que llevamos recorriendo desde hace siglos? Podría decirle que España es mucho más que un estado-contenedor de pueblos oprimidos. Que España lleva décadas trabajando en pos de unos Estados Unidos de Europa, co-liderando el proyecto de integración supranacional más ambicioso del mundo. Que participa en todos los foros internacionales de cooperación, desarrollo económico, resolución pacífica de conflictos, desarme. Por cierto, ¿sabían que España ha ocupado este año la presidencia de la Conferencia de Desarme de Naciones Unidas en Ginebra, y que la ha encabezado el diplomático zaragozano Julio Herraiz? Confieso que si no se tratara de mi hermano – estoy bastante orgulloso, ¿se nota? - yo tampoco me habría enterado. Es lo que tiene el trabajo callado y discreto, sin exhibición de banderas ni inflamados discursos patrióticos. ¿Qué misión desempeña la Conferencia de Desarme? En pocas palabras, evitar que el mundo se llene de armas nucleares, químicas o biológicas, y proporcionar un foro de diálogo donde los países puedan entenderse y dejar de tirarse los trastos a la cabeza. Caramba con España, qué callado se lo tenía. Que vengan meteoritos, no se inquieten. Hoy también puede ser un gran día.  

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