lunes, 16 de octubre de 2017

EL REPORTERO (08/10/2017)

En el momento de escribir estas líneas me asalta la duda de si tendrán algún sentido cuando lleguen a mis amados lectores. España y Cataluña seguirán en el mismo sitio, de eso no cabe duda, pero algunos actores del drama podrían haber sido ya eliminados sorpresivamente como si fuera el penúltimo capítulo de una serie televisiva de éxito. Sospecho que el problema catalán se parece más a un culebrón que a una serie de la HBO, pero una prudencia elemental me lleva a no hacer conjeturas. 
Hace algunas semanas, recibí la oferta de trabajo de una agencia de noticias con sede en una capital europea, para cubrir varios acontecimientos que iban a tener lugar en Zaragoza con motivo del desafío del separatismo catalán. La primera de ellas era el referéndum simbólico en apoyo del derecho a decidir de Cataluña que había convocado Puyalón de Cuchas en su sede de la calle de San Pablo. Puyalón es una escisión de Chunta Aragonesista, de corte independentista y anticapitalista, cuyos simpatizantes podrían alcanzar unos pocos centenares, siendo generosos. ¿Por qué podría interesar a una agencia de noticias extranjera un acto de apoyo al referéndum ilegal de Cataluña llevado a cabo por un grupo con una representatividad tan ínfima en la sociedad zaragozana? Por el cariz que tenía la noticia, que me encargué de elaborar yo mismo siguiendo las directrices de la agencia, se trataba de dar la imagen de que existía algún tipo de debate sobre la cuestión. Sobre las razones de mi conducta, me remitiré a esas célebres palabras del torero Manuel García Cuesta, “El Espartero”: “Más cornás da el hambre”. Los de Puyalón me trataron con amabilidad, todo hay que decirlo, y mientras la conversación no abordó temas políticos me parecieron gente cercana, piercing arriba, camiseta con leyenda revolucionaria abajo. En cambio, cuando salía a relucir su particular interpretación de España como estado opresor de los pueblos, no podía evitar preguntarme si realmente vivíamos en la misma dimensión o si habitábamos realidades paralelas que jamás llegarían a tocarse. 
La cosa no quedó ahí. Esa misma mañana, la agencia me rogó que me acercase al pabellón Siglo XXI porque se estaban produciendo altercados a la salida de la asamblea de Podemos en favor… ¿del derecho a decidir? No estoy seguro. No logro penetrar en la lógica del partido de Pablo Iglesias, Ada Colau y compañía. Ni siquiera estoy seguro de que sea un solo partido y no diecisiete. Llegué tarde, pero a tiempo de contemplar el epílogo del fregado. No vi ningún nazi, a diferencia del imaginativo Alberto Garzón. No presencié violencia física alguna, aunque sé que hubo un botellazo unas horas antes; violencia verbal, sí, espectáculo desagradable pero por desgracia no muy diferente al que puede contemplarse cada domingo en un campo de fútbol. Lo recogí todo con mi cámara y sospecho que fue del agrado de mis comitentes. 
El remate llegó el sábado siguiente, víspera del día de autos, cuando nuevamente fui encargado de levantar acta audiovisual de un acto relacionado con el monotema catalán. ¿Lo adivinan? De nuevo una concentración de partidarios del referéndum ilegal, un pequeño islote de 100 irreductibles reunidos en la plaza de Aragón de Zaragoza, rodeados por rojigualdas colgando de los balcones. ¡Qué fijación! Está claro que un sector del periodismo europeo ya había tomado partido, antes incluso del maldito 1 de Octubre. Me siento algo culpable, lo confieso. Para estas faenas tan poco lucidas, más me valdría cortarme la coleta.  

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