viernes, 17 de julio de 2009

APOLLO 11 (17/07/2009)

Hace cuarenta años, el 20 de julio de 1969, dos astronautas americanos, Neil Amstrong y Buzz Aldrin, se convirtieron en los primeros seres humanos en pisar la luna. El mundo entero se prepara estos días para recordar el evento, con especiales informativos en prensa y televisión. La ocasión lo merece. Tecnológicamente, el Apolo 11 fue una misión que se adelantó a su tiempo, algo casi mágico, que entró sin discusiones en el catálogo de las grandes hazañas de la historia de la humanidad. El acontecimiento estuvo rodeado de cientos de anécdotas de todo tipo: si Amstrong fue el primero en pisar la superficie lunar, Aldrin celebró la primera comunión en el espacio exterior (era presbiteriano) y fue pionero en orinar sobre la luna. El cuarenta aniversario es un buen momento para recordarlas, pero también para reflexionar sobre algunas cuestiones más trascendentes. Se ha afirmado muchas veces que la llegada del hombre a la luna fue consecuencia de la guerra fría: el éxito del cosmonauta ruso Yuri Gagarin orbitando sobre la tierra en 1961, “obligó” a la otra superpotencia a responder. Me parece una simplificación peligrosa. Es evidente que la competencia rusa impulsó a J.F. Kennedy a buscar una nueva frontera en el espacio exterior, pero el plan de enviar una misión tripulada a la luna ya existía con anterioridad. Estaba guardado en un cajón. Había sido elaborado por científicos más preocupados por las complejidades de un alunizaje que por la política internacional del equilibrio bipolar. Me niego a aceptar que la especie humana necesite acontecimientos tan vergonzosos como la guerra fría para sacar lo mejor de si. Prefiero recordar algo más estimulante: la tripulación del Apolo 11 llevaba a bordo una pequeña medalla de homenaje por cada astronauta muerto en la carrera espacial. Sin distinciones. Rusos y americanos.

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