viernes, 5 de febrero de 2010

IMPOPULARIDAD (05/02/2010)

Dedicarse a la política tiene sus compensaciones. Cuanto más alta es la responsabilidad a asumir, mayor es la cilindrada del coche oficial, la plantilla de sirvientes que deben procurar que el privilegiado cerebro del político ya no se preocupe de asuntos insignificantes como hacerse la cama o limpiar la taza del retrete es más numerosa, las calificaciones académicas del grupo de abnegados y anónimos asesores que facilitarán su trabajo y le harán atribuirse méritos e ideas geniales que quizá no fueron suyas serán mejores, las recetas del cocinero personal más sabrosas, los vinos de su bodega más aromáticos y persistentes en boca... No me escandalizo. Las cosas son y deben ser así. Ahora bien, lo que ya no me parece tan admisible es que haya políticos que se resistan a aceptar la otra cara de la moneda, el destino fatal que espera a todo el que consagre su vida a la cosa pública: la impopularidad. Aquel que quiera ver su nombre en una lista electoral no puede desconocer esta realidad, y debe estar preparado para aceptarla. Los mismos que hoy aplauden, mañana te crucificarán. A menudo, gobernar consiste en tomar decisiones difíciles, dirimir conflictos, elegir el mal menor. Contemporizar, templar gaitas y querer contentar a todo el mundo, es camino recto hacia la catástrofe: los conflictos no se resolverán y nadie quedará contento. Actuando así, el político no solo pulveriza su prestigio presente, lo que no es demasiado importante ya que el simple paso del tiempo lo acabará arruinando en todo caso, sino que hipoteca la única recompensa a la que puede aspirar: a que pasados los años, apagados los volcanes que su gestión hizo erupcionar un día, la sociedad eche la vista atrás y diga: hizo su trabajo. Y puede que hasta le hagan un homenaje. O una serie de televisión

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