viernes, 12 de febrero de 2010

PRISAS (12/02/2010)

Fue una conjunción planetaria muy desgraciada. Las cifras del paro, las dudas despertadas en Europa sobre el futuro de nuestra economía y el batacazo bursátil. Hay que reconocer que la imagen de nuestro presidente haciendo encaje de bolillos teológicos para contentar a un grupo de cristianos conservadores y darse un abrazo con Barak Obama, no ayudaba demasiado. El caso fue que, durante unos días, a los enemigos del gobierno socialista, que ya son legión, les entraron las urgencias. “Estoy preparado para gobernar en cualquier momento”, declaró Mariano Rajoy. En las tertulias reaparecieron fórmulas políticas que no se invocaban desde tiempos remotos. Moción de censura. Gobierno de concentración nacional. De pronto, tuve la sensación de que estábamos en medio de un déjà vu. Cuesta recordarlo, a algunos porque éramos muy jóvenes y a todos porque la memoria histórica es flaca y selectiva, pero Adolfo Suárez, al que estamos hoy a punto de canonizar en vida, fue el político más ferozmente atacado en el ejercicio de su cargo de toda la historia de nuestra democracia. A finales de 1980, Suárez era un apestado. Para la oposición, para el jefe del Estado, y hasta para su propio partido. Había que librarse de él. Todo pasaba por librarse de él. Quedaban dos largos años de legislatura. ¿Dos años más con este inútil? ¡Nos llevará a la ruina!- se decía entonces. ¿Les suena de algo? Afortunadamente, hace años que callaron los ruidos de sables. La sola mención de un gobierno de concentración nacional presidido por un militar, como se planteó incluso por el PSOE en 1980, suena ridícula y despierta un sentimiento de vergüenza que quisiéramos ajena. Sin embargo, algunas lecciones de aquella época siguen siendo válidas: las prisas, en política, son malas consejeras.

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