viernes, 25 de junio de 2010

OBSESIONES (25/06/2010)

Prometo que lo he intentado. Aleccionado por un amigo lector, me había propuesto desterrar los temas políticos de este faro que habito, y sustituirlos por materias más superficiales en apariencia, convencido de que la esencia de la vida se encontraba más cerca de la mirada de un gasolinero en Siétamo (Huesca) que del incesante diálogo de besugos en que se ha convertido la política española. Sin embargo, esto parece no tener cura. Empiezo a sospechar que las personas hemos venido al mundo con un paquete de obsesiones incrustado en los helicoides del ADN, al que no podemos oponer ninguna resistencia. Por suerte para la especie humana, las obsesiones de algunos individuos escogidos llevan al descubrimiento de vacunas o a la invención de aparatos maravillosos como la televisión o el microondas. En mi caso, las expectativas son bastante más modestas. De mis tres obsesiones reconocidas – la lucha contra los pises de perro en las calles, lograr la supresión del primer saque en las reglas del tenis y conseguir la reforma del sistema electoral español – creo que es esta última la que más puede aportar al progreso y la felicidad de mis congéneres. Hace tiempo que sé que las normas que rigen las elecciones al Congreso de los Diputados son defectuosas, injustas y antidemocráticas. Sin embargo, mis investigaciones más recientes me han llevado a conclusiones mucho más dramáticas. Todos los grandes males de la política española – la permanente crispación entre las dos Españas, el nacionalismo separatista, el menguante nivel intelectual y moral de la clase política, el creciente abismo entre la ciudadanía y sus representantes – tienen su origen directo en las normas electorales. ¿Me estaré volviendo loco? Sí es así, por favor, que alguien me avise. Otra forma de hacer política es posible. No pienso rendirme.

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