viernes, 29 de octubre de 2010

ZARAGÓN (29/10/2010)

No deben faltar en la despensa dialéctica de cualquier político que se precie. Desarrollo sostenible. Cohesión territorial. Si pudiera, compraría una parcela en el mundo de las palabras y me haría un chalet con piscina. ¡Suenan tan bien! El problema es que ese mundo es una construcción mental. El de verdad, se contempla desde las alturas de Google Earth, o más lejos aún. En alguna galaxia lejana se estarán dejando la vista en los telescopios para intentar comprender por qué demonios, en esa pequeña región de España llamada Aragón, en la lejana Tierra, la mayoría de la población vive en una colonia abigarrada, sobre una superficie relativa ridículamente pequeña, a la sombra de un gran edificio con forma de parrilla vuelta del revés y disputándose con ferocidad cada metro cuadrado. Seguro que hay quien cree que Zaragoza se asienta sobre un gigantesco yacimiento donde se sacan diamantes como melones. Ya nos gustaría. Me pregunto en qué otra región del planeta el núcleo más poblado tiene catorce veces más habitantes que el segundo (Huesca), veinte veces más que el tercero (Teruel), o treinta y cinco más que el cuarto (Calatayud) ¿Afganistán? No pretendo ignorar las razones históricas, económicas, geológicas incluso, que se han confabulado para hacer de nuestra comunidad autónoma uno de los territorios menos cohesionados ¿del mundo? Tampoco puedo dejar de preguntarme qué estamos haciendo para remediarlo. Nada, y a veces, menos que nada. Con las obras del desdoblamiento de la N-232 paradas, unos cuantos miles de aragoneses tienen derecho a preguntarse hoy si la Expo 2008, con su legado de bellos edificios vacíos, algunos inacabados, merecía realmente la pena. ¡Ya se llenarán! – dicen. Estoy seguro de ello. Para entonces, deberíamos plantearnos un cambio de nombre. Zaragón.

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