viernes, 8 de abril de 2011

PACTO POR LA EDUCACIÓN (08/04/2011)

Se llamaba don Manuel y la leyenda decía que había entrado en el Alcázar de Toledo dando vivas al caudillo y con la bayoneta calada. Su porte serio, casi fúnebre, anunciaba una personalidad autoritaria que infundía terror entre la chiquillería de cuarto curso de la EGB que tenía bajo sus órdenes. Por aquellos días, la sociedad española daba sus primeros pasos en democracia a un ritmo allegro ma non troppo, y personajes como don Manuel abundaban todavía en las aulas. Una tarde, mi hermano Santi llegó a casa con el rostro demudado. Don Manuel le había castigado a copiar la frase “no hablaré en clase mientras explica el profesor”, la absurda cantidad de ¡cinco mil veces! Ante tamaño despropósito, mi padre, que rara vez se mezclaba en querellas escolares, quiso intervenir. Llamó al colegio y pudo reunirse con don Manuel aquella misma tarde. Nunca supimos de qué hablaron. No sé si mi padre le cogió de la solapa y el otro gritó ¡a mí, la legión!, o si la conversación fue pacífica y constructiva; en aquellos tiempos, el pacto de estado por la educación lo mantenían los padres y los profesores sin necesidad de políticos, y era un pacto de acero: jamás escuché a mis progenitores una sola palabra que menoscabara la autoridad de los enseñantes, por muy excéntricos que fueran. Hoy, ese pacto está roto. Hoy, España encabeza la lista de países con mayor fracaso escolar de la Unión Europea. La solución al problema no pasa por llenar las aulas de profesores-legionario o por la vuelta del sopapo como estrategia educativa, sino por devolver a los profesores la autoridad perdida. Una autoridad que, contra lo que pudiera parecer, no le han quitado los alumnos, sino unos padres irresponsables. El mío salió de la reunión con don Manuel con cara de póker. Mi hermano Santi no copió cinco mil veces la frasecita de marras. Solo fueron cuatrocientas.

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