lunes, 9 de mayo de 2011

CADÁVERES (06/05/2011)

Los grandes estudios de Hollywood ya se disputan la historia de la muerte de Bin Laden. El director de la CIA cree que las imágenes reales serían demasiado truculentas para el gran público, pero apuesto a que en versión cinematográfica no nos ahorrarán ningún detalle. Las películas y series de televisión escenifican la muerte y sus prolegómenos con un realismo que ya no repara en vísceras palpitantes, salpicaduras de sangre por proyección o miembros fuera de su sitio. ¿La contemplación de la muerte ya no nos impresiona? ¿Nos hemos endurecido como trabajadores de funeraria, como forenses neoyorquinos, como camilleros de la batalla de Solferino? Quia. La muerte nos da más miedo que nunca. Precisamente esa exhibición necrofílica no es más que un intento de compensarlo. Para que el conjuro funcione, son necesarios dos requisitos: primero, que la muerte que contemplemos sea ficticia, representada por actores que cuando acaben su jornada laboral se limpien la sangre y se vayan a casa a tomar una cerveza frente al televisor (donde serán testigos, a su vez, de otras muertes ficticias). El segundo requisito es menos evidente: los personajes de la película o serie en cuestión deben comportarse con una entereza sobrehumana, con una frialdad rayana en la grosería. El CSI que acude a la escena del crimen llega mascando chicle y bromeando con sus compañeros. El policía que acaba de fulminar de un tiro al delincuente, regresa a casa a arropar a sus churumbeles. El forense que ha abierto en canal a un pobre desdichado, se lava las manos con fairy y se toma un whisky en el bar más cercano. Lo importante es que no demuestren miedo. Vano intento. Al final, la muerte de verdad siempre nos alcanza y ese día no nos comportamos como nuestros héroes.Temblamos. Ese día parecemos simplemente humanos.

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