viernes, 16 de diciembre de 2011

EL SECRETO DE MOU (16/12/2011)

Si dicen que la cara es el espejo del alma, la de José Mourinho es el reflejo de un espíritu atormentado. Como un general arrogante, se muestra al mundo decidido a guiar a sus tropas hacia la victoria, pero con el alma herida por las crueldades de la guerra. Si un servidor fuera budista, creería que Napoleón Bonaparte se ha reencarnado en entrenador de fútbol portugués. Partidarios y detractores, que son legión en este país de amores y odios absolutos, lo describen con palabras más llanas: básicamente, Mou es un genio o un gilipollas. Sin embargo, esas simplezas no ayudan a resolver el misterio. ¿Por qué esa agresividad, ese ceño fruncido permanente en el rostro del portugués? Porque en las guerras deportivas que libra José Mourinho, a pesar de todos sus triunfos, la primera víctima es él. Su estudio del juego y la experiencia de su padre, también entrenador, le enseñaron que el control de las emociones era un aspecto esencial de su oficio. Para individuos de otro temperamento eso no habría supuesto ningún problema, pero sí para él. Mou, y este es su secreto mejor guardado, es un sentimental, algo inconcebible en un entrenador de fútbol. ¿Qué debía hacer? ¿Renunciar a su sueño? Jamás. Con una disciplina espartana, llevado por una ambición infinita, Mou se amputó a sí mismo su propio carácter, que jamás volvería a mostrar en público. Tuvo que pagar un precio por ello: la mirada soberbia y las contestaciones destempladas fueron las secuelas inevitables de ese trauma. En contadas ocasiones - una llamada de pésame, un gesto afectuoso hacia el que ayer parecía enemigo mortal - el espíritu noble y compasivo que esconde, sale al exterior. Por suerte para él, en el testosterónico mundo del fútbol nadie presta demasiada atención a esas delicadezas. Su secreto está a salvo. Mourinho seguirá siendo un genio o un gilipollas.

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