viernes, 2 de diciembre de 2011

SILENCIO (02/12/2011)

Últimamente, mi oficina está más tranquila que una cripta. El teléfono no suena, y al correo electrónico hace tiempo que no llega ningún mensaje importante, de esos que dicen que te cambian la vida, con una oferta profesional atractiva y generosamente remunerada que por fin reconoce tu talento desbordante (hasta ahora oculto), tu perfil discreto pero resuelto y tu personalidad magnética, si le das una oportunidad. El frío de noviembre, que se enseñorea entre las cuatro paredes de mi cubículo apenas estorbado por un renqueante radiador de aceite, recrudece el ambiente monacal y, en ocasiones, mientras escribo en el cuaderno de las ideas geniales con el abrigo puesto, me siento como un amanuense benedictino a punto de recibir a Guillermo de Baskerville que, casualmente, es clavadito a Sean Connery. Por cierto, espero que el inventor de ese artefacto, el radiador de aceite, arda, ya que los demás no pudimos ni llegar a templarnos, en el más profundo de los infiernos. ¿Me llamarán? Después de unas elecciones importantes, siempre me hago la misma pregunta. Hombre, uno tampoco espera que le hagan ministro, así, de primeras, pero, qué se yo, para escritor de discursos del presidente, como Rob Lowe en “El ala oeste de la Casa Blanca”, yo creo que sí valdría. ¿Me imaginan por los pasillos de la Moncloa diciendo cosas ingeniosísimas a toda velocidad y llamando al presidente de tú? Yo lo hago a menudo. Me dan un despachito acogedor -con veintidós grados me arreglo- y yo me pongo a escribir discursos, brindis, anuncios de recortes, de cierres de organismos autónomos, de supresión de aguinaldos, lo que se me diga. Si la cosa del déficit está realmente mal, siempre me puedo quedar donde estoy y que me compren una catalítica... Por dar ideas que no quede.

1 comentario:

  1. Pués no será que no está la cosa "caliente".
    Creo que aún nos podemos quedar más helados cuando Mariano empiece con los recortes.
    Saludos templados (por la crisis, ya se sabe).

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