viernes, 30 de diciembre de 2011

MONOS (30/12/2011)

Cuando Darwin publicó la teoría de la evolución, sus contemporáneos le retrataron en caricaturas con cuerpo de simio diciendo: “¡El hombre desciende del mono!” Les parecía una hipótesis tan inquietante que pretendían exorcizarla, a la inglesa, con una dosis de sentido del humor. El mismo Darwin no las tenía todas consigo. Siento haber descubierto lo que he descubierto, venía a decir, compungido. Sin embargo, la realidad era mucho más brutal: el hombre no desciende del mono... ¡el hombre es un mono! O un primate, para ser más exactos. Cuando Johnny Weismuller y la mona Chita recorrían las selvas de cartón piedra de los estudios de Hollywood, la única razón por la que Tarzán hacía el papel de héroe y el chimpancé se dedicaba a las monerías, derivaba del hecho darwiniano de que el homo sapiens, el homo que piensa, había evolucionado hacia un cerebro más grande – 1,5 kilos aprox. – que le había permitido desarrollar habilidades insospechadas. Entre ellas, la de manipular al resto de especies a su antojo; para su diversión, para extinguir a aquellas que le resultaran más molestas o para explotar a las más sabrosas, convertidas en fábricas de proteínas en virtud del adagio “engordar para morir”. El problema de ser tan listo, es que uno corre el riesgo de convertirse en un estúpido arrogante, y el homo sapiens no ha sido una excepción. Debajo de los ropajes que ocultan sus humildes orígenes, el ser humano se ha empeñado en fingir que la naturaleza no va con él, y en darse periódicamente de mamporros con sus semejantes con cualquier pretexto. O sea, que nos hemos dedicado a hacer el mono, pero con taparrabos. Personalmente, esta certeza, en lugar de asustarme como a los ingleses victorianos, me tranquiliza. Rodeado de monos, me convenzo de que no damos para más. Mona Chita, ¡descansa en paz!

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