viernes, 3 de mayo de 2013

FÚTBOL ES FÚTBOL (03/05/2013)

Veintidós hombres en calzón corto tras un objeto redondo que solo pueden tocar con los pies, intentando hacerlo pasar entre los tres palos del pequeño reducto que defiende cada equipo. No estoy describiendo un juego que practicaran las civilizaciones precolombinas y que acabase con el equipo vencedor comiéndose las entrañas palpitantes de los perdedores. Pero admitan que lo parece. Estoy convencido de que el éxito arrollador del fútbol como espectáculo de masas tiene mucho que ver con su primitivismo, con esos mecanismos emocionales que excitan los juegos de pelota desde tiempos inmemoriales y que se han transmitido desde los aztecas de Tenochtitlán hasta las tribus futboleras de la actualidad. Detractores tampoco le faltan. Para muchos ese primitivismo, la simplicidad del juego y las astronómicas cifras de dinero que maneja hacen del fútbol un fenómeno detestable y culturalmente atrasado. Jóvenes con habilidades tan poco productivas como patear un balón se convierten en modelos sociales sin merecerlo; entrenadores deslenguados sin ninguna sabiduría práctica conocida, en celebridades; los clubs de fútbol acogen a menudo como dirigentes a personajes dudosos, arribistas o mentirosos profesionales que utilizan el escaparate público para promocionar sus negocios. No estoy descubriendo nada nuevo. Cualquier aficionado a este deporte está al corriente de todas sus lacras. Pero lo que verdaderamente cuenta es que durante las últimas dos semanas, en España y Alemania, se ha hablado más de la Champions League que de la crisis o el paro. Millones de personas han dado esquinazo a sus problemas por unas horas y han celebrado juntas la victoria o llorado la derrota. ¿Podrían lograr lo mismo yendo al teatro o escuchando a Brahms? Para bien o para mal, me temo que no. Ya lo dice el dicho: fútbol es fútbol.

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