viernes, 24 de mayo de 2013

ABORTO (24/05/2013)

El ministro de Justicia ha vuelto a abrir la caja de los truenos. La interrupción voluntaria del embarazo - ¿por qué los eufemismos son siempre tan largos? – vuelve a estar de actualidad a raíz de las intenciones declaradas de Gallardón de anular la reforma de 2010 que permite a las mujeres abortar libremente dentro de las primeras catorce semanas de gestación. Personalmente, creo que acabar con la ley de plazos sería un error. Sin embargo, en lo que se refiere al debate de ideas me encuentro en un terreno intermedio, bastante incómodo, y trato de que no me alcancen epítetos tan poco agradables como fundamentalista, misógino, asesino, nazi, y otros que se oyen por ahí, en medio de la calentura. A los que sostienen el “No al aborto” habría que exigirles que pensaran como legisladores, que establecieran claramente qué consecuencias deberían afrontar, en su opinión, las mujeres que aborten. ¿La cárcel? Creo que aquí la persecución penal no tiene ningún fundamento. El proyecto de vida que se aborta está tan íntimamente ligado al cuerpo de la mujer que lo lleva, que ni siquiera el estado debería inmiscuirse entre ambos. Luego están las cuestiones éticas, claro. Casi todo el mundo estará de acuerdo en que abortar cuando el feto está muy desarrollado es un acto de dudosa moralidad. De esta tesis se deduce que el no-nacido, en algún momento antes de su salida al mundo, es un “ser” portador de un derecho moral a que no se acabe con su vida. ¿Cuándo nace ese derecho? ¿A las catorce semanas y un día? Problemático. Tanto, que me obliga a discrepar de los que consideran el aborto como un derecho de la mujer. O de los que defienden que sea pagado con dinero público. El aborto es un acontecimiento dramático, íntimo, al que es muy difícil dar respuesta legal, ética, y hasta personal. Incluso dudo que un ministro sea capaz de hacerlo.

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