lunes, 13 de mayo de 2013

BANGLADESH(10/05/2013)

Es sorprendente que lo ignorásemos casi todo de un país de 170 millones de habitantes. El octavo más poblado de la tierra. En los últimos días, dos sucesos trágicos han llenado las portadas de los periódicos de todo el mundo para sacarnos de esa bendita ignorancia. Hace dos semanas, el derrumbe de una fábrica textil atrapaba fatalmente a 900 personas, la mayoría mujeres, que se hacinaban en su interior en condiciones lamentables. A los pocos días, decenas de personas morían en los disturbios provocados por grupos islamistas radicales que pedían la pena capital para los blogueros blasfemos contra el profeta Mahoma. ¿Coincidencia? Cuesta creerlo. De la noche a la mañana, Bangladesh se ha convertido en un caso de laboratorio para explicar gran parte de los conflictos que afectan hoy al mundo: fanatismo religioso, violencia, explotación económica de los países del sur, dificultades de la democracia para arraigar en un ambiente de injusticia social. Las claves del asunto son bien conocidas. El sector textil occidental quiere producir al mínimo coste. El gobierno bangladeshí, asegurar sus exportaciones. Unos cierran los ojos – nosotros, los occidentales – mientras los otros toleran la explotación de sus compatriotas. Mientras tanto las trabajadoras textiles sufren, pero no quieren perder sus míseros empleos. ¿Cómo salvar el orgullo de un país entero? Para un número creciente de bangladeshíes, con la violencia religiosa, nefasta solución, típica en los varones. Vivimos en un mundo complejo, y a la vez diabólicamente simple. Porque el caso de Bangladesh demuestra que los problemas están interconectados, y que es ingenuo buscar la solución a uno sin tener en cuenta los demás. Hasta ayer lo ignorábamos todo. Me temo que ya no podremos vivir sin saber de ellos.

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