viernes, 17 de mayo de 2013

LENGUAS (17/05/2013)

Debo comenzar estas líneas con una declaración solemne: soy monolingüe. Es obvio que mi sensibilidad respecto al controvertido tema de las lenguas será diferente a la de un fragatino o a la de un calaceitano, pero tampoco pienso que mi condición de castellanohablante exclusivo me convierta en un individuo más tosco o con menos capacidad de transmitir ideas dignas de consideración. Además, una de las grandes ventajas del monolingüismo y de que la lengua en que te expresas no tenga ningún valor “nacional”, es que el legislador te presta poca atención. Nadie te da la barrila con las rotulaciones de tu negocio, el cuarto idioma de tus hijos en el colegio o sobre cómo hay que llamar a la lengua que hablas. Como ya habrán imaginado, todo esto viene al caso del esperpéntico espectáculo que hemos dado en Aragón con la aprobación de la nueva Ley de Lenguas. El Partido Popular, en un patético esfuerzo por evitar el término “catalán”, se ha metido en un lío absurdo que ha sido bien aprovechado por sus adversarios. Estos se han sacado de la manga un acrónimo que ha hecho fortuna – el LAPAO – a pesar de que, al parecer, no se emplea en ningún momento en ley. Lo tienen bien merecido. ¿Qué clase de Groucho Marx concibió la denominación “Lengua Aragonesa Propia del Aragón Oriental”? Los argumentos empleados no son menos delirantes: el Partido Popular sostiene que el catalán en Aragón es una lengua foránea o ajena. Ya puestos, ¿por qué no también el castellano? Que el desbocado independentismo catalán sea poco de fiar – te das la vuelta y te quitan el Aneto en los atlas escolares – no lo justifica todo. Catalán, castellano, aragonés, fragatino, chapurriau – la denominación poco importa - son todas lenguas españolas. Patrimonio de todos. También de este humilde monolingüe.

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