lunes, 3 de agosto de 2015

CECIL (31/07/2015)

Cecil era un león que vivía en el Parque Nacional de Hwange, Zimbabue, y un dentista lo mató. No, no es que tenga intención de ajustar las cuentas a todo el gremio dental por alguna escabechina perpetrada contra alguno de mis molares, no. Walter James Palmer, que así se llama el matarife, podría ser dentista, columnista de prensa escrita o fresador. Es indiferente. Lo relevante es que su "hazaña deportiva" lo ha colocado en la palestra internacional y medio mundo a estas alturas sabe qué aspecto tiene, en qué trabaja o a qué dedica el tiempo libre. Resulta que al muchacho le gusta la caza mayor o el "big game". Es curioso que la lengua anglosajona todavía lo llame juego, como si el tiempo no hubiera pasado y esas fotos de color sepia en las que los ociosos aristócratas de los siglos pasados posaban junto a sus víctimas todavía fueran algo de lo que sentirse orgulloso. Nuestro Walter también se hacía fotos, pero a todo color. Al parecer su perfil de facebook está lleno de imágenes de rinocerontes, osos y leones muertos, junto a los que posa con una expresión tontuna, de infinita estupidez. Es probable que esa cuenta ya no exista. Muy pronto, su bonita clínica dental también tendrá que cerrar las puertas, acosada por la reacción indignada de miles de conciudadanos. Walter se ha equivocado de época, de siglo. Pensaba que abatir a escopetazos a un león era algo con lo que se podía ir por la vida. Walter, tan hábil con el torno, tan agradable con sus pacientes, ha resultado ser torpísimo porque ignoraba que la sensibilidad del resto de los miembros de su especie ha evolucionado de tal manera, que para la abrumadora mayoría, la muerte gratuita, innecesaria y caprichosa de este animal grandioso equivale a un delito imperdonable. No es tan inverosímil. A nuestro querido rey Juan Carlos también le pasó, en versión elefantiásica. Y fue el comienzo de su fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario