sábado, 22 de agosto de 2015

NO TE PIQUES, PIQUÉ (21/08/2015)

Mi carrera de árbitro de baloncesto fue fugaz. Como buen empollón que soy, del reglamento me había aprendido hasta el pie de imprenta y mis jefes llegaron a la conclusión de que estaban ante una joven promesa del arbitraje aragonés. No tardaron mucho en averiguar su error. En mi primer partido se produjo la increíble fatalidad de que el equipo local, que ganaba de tres puntos a pocos segundos de la bocina final, encajó un triple desde una distancia sideral – y probablemente fuera del tiempo reglamentario – lo que le llevó a una prórroga que indefectiblemente perdió. Lo último que recuerdo es que abandoné el pabellón atravesando un pasillo humano que gritaba histéricamente: “¡Rabanito! ¡Rabanito!” Mi segunda experiencia no fue mejor. Uno de los jugadores se abalanzó sobre mí y lo tuvieron que sujetar entre varios compañeros. Al parecer le sentó fatal que al venir a pedirme explicaciones tras  el partido - de muy malos modos, por cierto - yo le contestara que su verdadero problema era que no sabía perder. La tercera fue la guinda. A uno de los escasísimos espectadores que contemplaban el partido se le ocurrió tomar el nombre de mi madre en vano, y esta vez fui yo el que quise las explicaciones: paré el partido, subí a la grada y le pregunté al individuo – que se quedó blanco como la nieve – que por qué afirmaba que mi madre era una prostituta, si no la conocía de nada… Allí acabó todo. Aquella experiencia me enseñó que un árbitro debe tener una personalidad de acero – es obvio que yo no la tenía - y despertó en mí una admiración por el colectivo que he conservado hasta hoy. Hace unos días, el jugador del Barcelona Gerard Piqué fue expulsado por mentar a la madre de un juez de línea y me alegré. Ayer le sancionaron con 4 partidos y me alegré todavía más. De haber estado delante se lo habría dicho: no te piques, Piqué.    

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