viernes, 7 de agosto de 2015

PEPINOS NUCLEARES (07/08/2015)

Después de arduas negociaciones, el pasado 14 de julio se firmaba en Viena el acuerdo para limitar el programa nuclear iraní, por el que el régimen de los ayatolás se compromete a no desarrollar ni adquirir “bajo ninguna circunstancia” armas nucleares. El asunto, cuyas auténticas repercusiones se nos escapan a los simples mortales, justificó la reunión de los países más poderosos de la tierra: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Sería difícil encontrar, dentro de las actividades humanas, una disciplina más hipócrita que la diplomacia nuclear internacional. El punto de partida de cualquier negociación sobre el tema debe comenzar así: yo tengo derecho a poseer armas nucleares y tú no. ¿Por qué? – pregunta alguien. Por dos motivos – responde el otro. Porque no eres mi amigo y porque no me fío de ti. Y así acaba todo. Bueno, a continuación el iraní toma la palabra y larga un discurso-denuncia sobre la injusticia que supone que su gran enemigo – Israel – disponga del arma y ellos no. No sé exactamente qué ocurre después. Imagino que todos dirigen su mirada a Obama y este enseña su bonita dentadura mientras dice: ¿pasamos a discutir los detalles? Legiones de funcionarios preparadísimos pergeñan un estricto calendario de inspecciones para impedir que los ayatolás nos tomen el pelo, se alcanza el acuerdo, y se levantan las sanciones que pesaban sobre Teherán desde tiempos inmemoriales. Fotos conmemorativas, apretones de manos y fin de la historia… No me interpreten mal. Bendita diplomacia y bendita hipocresía. Cuando se negocia en el siniestro mercado de los pepinos nucleares, hay que dejarse los escrúpulos en casa. Lo importante es minimizar riesgos y conseguir que Hiroshima siga siendo irrepetible. ¿Y en las fotos? Sonreír, sonreír. Como si no hubiera un mañana.  

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