viernes, 27 de mayo de 2016

NARCISOS (27/05/2016)

Cuenta la fábula que Narciso se enamoró de su propia imagen reflejada en un estanque. Como no podía escapar al embrujo de ese amor imposible, acabó arrojándose a las aguas y murió ahogado. Narciso dio nombre a una flor, que dicen que surgió en aquel mismo lugar, pero también a un trastorno de la personalidad, el narcisismo, caracterizado por la desmesurada valoración de uno mismo, la falta de empatía y una insaciable necesidad de adulación y reconocimiento. Pese a todo, el narcisismo puede llegar a ser una condición indispensable en determinados oficios: si usted aspira a presidir el FMI, un país sudamericano con mucho petróleo y poco papel de wáter, o la parte septentrional de una península dividida por un paralelo y obsesionada con los misiles, más le vale ser un narcisista de narices. ¿Y para ser candidato a presidente del gobierno de España? Vamos a ver, mal no le vendrá. En cualquier caso, en asuntos de psicología, todo es cuestión de grados. En profesiones como la política, una cierta dosis de narcisismo, sin llegar a lo patológico, parece aconsejable; tan desastroso sería un imitador de Hugo Chávez como alguien demasiado apocado, que tuviera miedo de expresar su opinión en público. ¿Hasta dónde llega el narcisismo de su diputado o de su líder político favorito? Convendría tenerlo en cuenta. El problema, de cara a las próximas elecciones generales, es que las listas abiertas – el método más efectivo para expurgar candidatos indeseables – continúan siendo una quimera. En España se vota un paquete ideológico, unas siglas, que adjuntan una lista impuesta de diputados por provincia. Los Narcisos son expertos en hacerse un hueco en esas listas. Narciso deriva del griego “narkào”, narcótico, por el olor penetrante. Ser ujier del Congreso tiene que ser un oficio embriagador.

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