martes, 3 de abril de 2018

FORBES Y YO (11/03/2018)

La revista Forbes acaba de publicar su tradicional lista de los individuos más ricos del planeta. Uno podría imaginar que semejante exhibición de poderío, esa galería de Tíos Gilitos que nadan entre millones, resultaría ofensiva para el ciudadano medio que no le quita ojo a su cuenta corriente - no para ver lo que tiene sino lo que le queda - y que la dichosa revista se la pasarían los ricos de mano en mano, a escondidas, como hacían en mis tiempos los colegiales con el Playboy. (Yo no, mamá. Otros colegiales) Pero nada más lejos de la realidad. La lista Forbes es una noticia que ningún medio de comunicación se resiste a comentar y es consumida con avidez por la audiencia.
“¿Cómo ha quedado Amancio? ¿Que nos lo han bajado al sexto puesto? Cómo son estos americanos de envidiosos, de verdad…” Amancio Ortega, el fundador del grupo Inditex, es como el Real Madrid pero en la liga de los ricos. Es nuestro rico. Puede que sus 70.000 millones de dólares nos sean tan ajenos en lo que al Código Civil se refiere como lo puedan ser para un ciudadano belga o costarricense, pero no me negarán que, moralmente al menos, una parte de su riqueza sí que nos alcanza. Que el hijo de un ferroviario nacido en Busdongo de Arbas, León, emigrado a La Coruña donde comenzó a trabajar como dependiente a los catorce años, haya logrado levantar uno de los mayores imperios textiles del mundo, dice algo positivo del país en que vivimos. Como poco, que es posible triunfar en los negocios y llegar hasta lo más alto teniendo un origen humilde.
Después de sacar pecho al comprobar lo bien que le va a nuestro millonario, nos toca ponernos un poco más serios. Filosóficos, incluso. Que 2.208 individuos en el mundo sean capaces de acumular una fortuna de 9,1 billones de dólares, da, como mínimo, para pensar un poco. Jesucristo ya lo hizo hace un par de milenios. Cuenta el evangelio de San Mateo que un joven rico le preguntó una vez: “¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?”. “Cumple los mandamientos” le respondió Jesús."Todo eso ya lo he hecho. ¿Qué me falta?" Es de suponer que ante la arrogancia de este yuppie del siglo I, Jesús quiso cortar por lo sano: "Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y vente conmigo". Como se pueden imaginar, el joven rico desapareció a toda velocidad. A continuación, Jesús pronunció una sentencia que ha pasado a la historia, tanto por el trasfondo moral que encierra - un juicio a los ricos de una dureza inusitada - como por la extraña metáfora que utiliza: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre el reino de los cielos".  Al parecer, detrás de esa extravagante figura literaria podría esconderse un error de traducción: Kamelos, camello en griego, se parece mucho a Kamilos, soga o maroma. Algo, la soga, que sería más lógico intentar pasar por el ojo de una aguja; desde luego, mucho más que un pobre camello con sus dos jorobas. 
Dos mil años después, creo que los desafíos morales que deben afrontar los ricos siguen ahí. El problema es que, en un mundo tan desigual como en el que vivimos, a esa categoría también pertenecemos usted y yo, querido lector. Cierto, jamás apareceremos en la lista Forbes, pero eso no nos libera de nuestras responsabilidades. ¿Vender nuestras propiedades para dárselas a los pobres? Pasaríamos a ser pobres y no resolveríamos nada. Por desgracia, el problema es mucho más complejo. ¿Qué hacemos por lograr un mundo más justo? Que cada uno conteste a esa pregunta como pueda.

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