martes, 10 de abril de 2018

UNA HISTORIA MAYOR (08/04/2018)

En la España universitaria del siglo XVI también había clases. Junto a las universidades mayores de Alcalá, Salamanca y Valladolid surgieron otras, las llamadas “menores”, que facilitaban el acceso a la educación superior a los que no podían desplazarse a los grandes centros del saber. Cervantes se burlaba veladamente de las ocurrencias del cura del Quijote, precisamente porque este se había formado en una de esas universidades menores, la de Sigüenza. Como ven, no hay nada nuevo bajo el sol. 
Estamos en Almagro, Ciudad Real, en la que fuera universidad menor de Nuestra Señora del Rosario, acompañando a nuestro amigo mexicano Mauricio Fernández Garza. Ignoro si Mauricio asistió a una universidad mayor o menor, pero le ha dado para ser un personaje tan polifacético que es difícil glosar su figura sin arriesgarse a ocupar toda la extensión de este artículo. Exitoso alcalde de San Pedro Garza García - localidad de 120.000 habitantes en el área metropolitana de Monterrey - empresario, coleccionista de arte, mecenas de la paleontología y activo defensor de los animales en peligro de extinción. El motivo de su visita a Almagro es reencontrarse con el lugar de procedencia del techo mudéjar que preside el salón principal de su casa de “La Milarca”, en México. ¿Cómo llegó a recorrer más de 8.000 kilómetros ese magnífico techo de par y nudillo de 30 metros de largo? El magnate de la prensa estadounidense William Randolph Hearst - excéntrico personaje que inmortalizara Orson Welles en su película “Ciudadano Kane” - lo compró hace casi un siglo y el rompecabezas de madera en que se convirtió una vez desmontado acabó en un almacén donde permaneció durante décadas. En 1975, cuando estaba a punto de ser vendido a un fabricante de muebles antiguos falsos, Mauricio lo compró al ver un anuncio en una revista norteamericana. Tenía 25 años y su familia pensó que se había vuelto loco. 
El traslado desde Carolina del Norte, donde reposaba aquel ingente montón de madera, hasta Monterrey, fue el comienzo de una odisea que merecería estar en los anales de las operaciones constructivas más complejas y surrealistas de la historia. Para empezar, una extrañísima ley estadounidense prohibía el traslado por ferrocarril de objetos de más de 300 años de antigüedad. Mauricio contrató doce enormes camiones tráiler que trasladaron las vigas de madera de más de 15 metros de largo - que un día fueron árboles gigantescos en las serranías de Cuenca - junto a una miríada de piezas medianas, grandes y pequeñas que formaban el complejísimo puzzle de hace 500 años que nadie sabía si podría volver a armarse. El restaurador mexicano Manuel Serrano dedicó más de un año a la tarea. Cuando comprobó que no faltaba ninguna pieza y que el techo comenzaba a “trabajar” estructuralmente en la casa que se había construido para él, cerrando sus grietas e irguiéndose como si estuviera vivo, dicen que lloró de emoción. Detrás de aquel techo vinieron cuatro más, todos de procedencia española y comprados en su día por Hearst, que Mauricio salvó de la destrucción para conformar la colección de techos mudéjares más exclusiva y valiosa del mundo. 
“Al venir a Almagro no sabía si me iban a abrazar o a lincharme”, dice el alcalde de San Pedro Garza García con humor. Los almagreños le están agradecidos. Salvó el techo de la destrucción y hoy es el mejor embajador del esplendor de Almagro al otro lado del Atlántico. Y todo surgió en una universidad menor.  A veces de allí también salen las historias más grandes.

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