martes, 13 de julio de 2010

NOCHE DE HÉROES (13/07/2010)

La furgoneta atraviesa calles desiertas y sus cinco ocupantes permanecen hipnotizados por la voz ansiosa del locutor que parece estar a punto de anunciar una catástrofe. Empieza la segunda parte de la prórroga. Han visto el comienzo del partido por televisión, en Jefatura, pero a estas alturas nadie recuerda si vestimos de rojo o de azul, ni si Fernando Torres está en el campo pero no rasca bola. “¡Para!” La voz del inspector suena como un trueno, y el agente que conduce a su lado, casi salta del asiento. “¿Dónde quiere que pare, jefe? En el primer bar que veas, para.” El inspector tampoco aguanta más. La furgoneta se detiene y cinco miembros de la Policía Nacional, de servicio en la noche zaragozana de la gran final, salen en tropel hacia el bar más cercano. Están en la avenida del Conde de Aranda, popularmente conocida como la de Marrakech, por la abundante población magrebí que la frecuenta. El grupo de policías entra a la carrera en un bar casi desierto, donde tres gitanos y dos marroquíes apuran sus consumiciones mientras esperan el final del drama que se representa en el televisor. La avalancha de agentes de la ley casi hace que a los parroquianos se les pare el corazón. El inspector reacciona con rapidez. Tiene la experiencia suficiente en el oficio para saber que el uniforme llega mucho antes a los sentidos que la persona que lo viste; que una mirada tranquilizadora no basta para quitar el susto del cuerpo a quien no sabe de qué huye o por qué le persiguen. “Tranquilos, hemos venido a ver el partido”. Durante los primeros instantes no habla nadie, salvo el televisor, y el dueño del bar intenta relajar un poco el ambiente: “¿Les pongo algo, señores?” “Nada, gracias, que estamos de servicio” “¿Una agüita entonces?” En ese momento, la enésima entrada sucia de Van Bommel obra el milagro: “Hombre, por Dios, vaya entrada, ya está bien estos holandeses, qué marranos...” Payos, gitanos, musulmanes y cristianos ya tienen algo en común, se relajan y comentan la jugada. Diez minutos han bastado para que todos deseen lo mismo: que los de la camiseta azul metan el balón en el lugar donde pide la historia, la justicia y 45 millones de personas más. Y llega el momento. Andrés Iniesta para la bola, espera unas décimas de segundo a que descienda a la altura de su bota, y conecta un derechazo que se cuela en la portería holandesa para delirio de los habitantes de un modesto bar de Zaragoza. Es la locura. El inspector se abraza al gitano durante unos segundos interminables, y marroquíes y policías palmean como niños unidos en una piña. Lástima que no haya un buen fotógrafo cerca; nunca ganar el world press photo hubiera sido más fácil. Por desgracia, la arcadia feliz no puede durar siempre y los policías vuelven a ser policías, y los ciudadanos, ciudadanos. El inspector manda a sus hombres que apuren sus aguas. La plaza de España comenzará a llenarse de gente, y deben partir de inmediato para evitar que ocurra una desgracia. Les lloveran miles de insultos, unos cuantos cascos de litrona lanzados por los inevitables descerebrados, y la gente, una vez más, sólo verá los uniformes. Nunca sabrán que por dentro, allí donde la tela toca la piel acalorada, ellos sienten el mismo orgullo. Ellos también son campeones del mundo.

2 comentarios:

  1. gracias por ver algo mas que el uniforme, debajo de el esa noche todos eramos campeones

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  2. Gracias a ti. Más allá de la anécdota divertida, lo que se cuenta aquí es una minúscula parte del reconocimiento que merecéis.

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