lunes, 11 de junio de 2018

EL OXÍGENO (10/06/2018)

“He olvidado muchas cosas de aquella expedición. Es como aquella novia que tuviste hace 40 años. No la recuerdas del todo, ¿verdad?”. Peter Habeler se disculpa con una sonrisa. Este año se conmemora el cuarenta aniversario de la primera ascensión al Everest sin oxígeno que el austriaco realizó junto a otra leyenda del alpinismo, el italiano Reinhold Messner. Les tomaron por locos. Nadie había subido a semejante altitud sin la ayuda de oxígeno artificial y se pensó que caerían desplomados, víctimas del aire liviano de la zona de la muerte. Pero no fue así. El 8 de mayo de 1978, Messner y Habeler se encaramaron a los 8.848 metros de la cumbre más alta del mundo equipados con lo indispensable y sin acarrear un gramo de más – esa fue una de las claves de su triunfo – y cambiaron para siempre las bases de la escalada en el Himalaya. A partir de ese momento, las montañas de más de ocho mil metros podrían subirse con ayuda de las feas y aparatosas botellas de oxígeno o prescindiendo de ellas, lo que convertía a una de las actividades deportivas más peligrosas del mundo en algo todavía más exigente y arriesgado. 
Los dos protagonistas de aquella hazaña tomaron caminos vitales muy distintos. A Habeler el Everest le abrió las puertas a conseguir un empleo estable y construirse una casa en su país, y optó por apartarse de las grandes montañas para volcarse en su familia. Messner repitió la ascensión al Everest dos años después, esta vez en solitario y de nuevo sin oxígeno, y continuó una carrera meteórica que le convertiría en el alpinista más grande de todos los tiempos. Este año ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes junto con el polaco Krzysztof Wielicki. 
En Aragón tenemos la suerte de contar con nuestra propia leyenda del himalayismo, el jacetano Carlos Pauner. Fue el cuarto español es ascender a los 14 ochomiles y pertenece al selecto grupo de 40 personas en todo el mundo que lo ha conseguido. Nos conocimos en 2002, cuando regresaba de alcanzar la cima del Makalu (8.463 m) y apenas había iniciado la carrera de los 14, y después viví gracias a él algunos de los momentos más intensos de mi vida. Hoy Carlos está a punto de acabar su último reto deportivo en marcha – Las 7 Cimas, la ascensión a las montañas más altas de cada continente – y pronto se marcará nuevos objetivos. Su actividad lejos de las montañas es también intensa porque junto al deportista convive un motivador y consultor de empresas, un filántropo de la mano de la fundación que lleva su nombre y un aviador consumado, su otra gran pasión. Quizá sus días de mayor gloria han quedado atrás pero Pauner acepta su condición de deportista legendario con un punto de inconformismo: tratándose de él, cualquier cosa es posible. De lo que sí es muy consciente es de las dificultades que acechan al montañero también aquí, a unos pocos centenares de metros de altitud. Si en las cimas de las montañas el oxígeno es escaso pero reina la autenticidad y una brutal sencillez, en el mundo presuntamente civilizado las cosas funcionan al revés: el oxígeno abunda, y con él las comodidades y lo superfluo, pero la sencillez se ha transformado en un complejo laberinto de prisas, estrés y lucha por la supervivencia. No, las leyendas del deporte tampoco escapan a estas servidumbres. La única diferencia es que los Habeler, Pauner y compañía guardan en su mente un departamento de experiencias extremas que iluminarán el resto de su vida. La belleza, la plenitud, la tragedia. El oxígeno.

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