“He
olvidado muchas cosas de aquella expedición. Es como aquella novia que tuviste
hace 40 años. No la recuerdas del todo, ¿verdad?”. Peter
Habeler se disculpa con una sonrisa. Este año se conmemora el cuarenta
aniversario de la primera ascensión al Everest sin oxígeno que el austriaco
realizó junto a otra leyenda del alpinismo, el italiano Reinhold Messner. Les
tomaron por locos. Nadie había subido a semejante altitud sin la ayuda de
oxígeno artificial y se pensó que caerían desplomados, víctimas del aire
liviano de la zona de la muerte. Pero no fue así. El 8 de mayo de 1978, Messner
y Habeler se encaramaron a los 8.848 metros de la cumbre más alta del mundo equipados
con lo indispensable y sin acarrear un gramo de más – esa fue una de las claves
de su triunfo – y cambiaron para siempre las bases de la escalada en el
Himalaya. A partir de ese momento, las montañas de más de ocho mil metros podrían
subirse con ayuda de las feas y aparatosas botellas de oxígeno o prescindiendo
de ellas, lo que convertía a una de las actividades deportivas más peligrosas
del mundo en algo todavía más exigente y arriesgado.
Los
dos protagonistas de aquella hazaña tomaron caminos vitales muy distintos. A
Habeler el Everest le abrió las puertas a conseguir un empleo estable y
construirse una casa en su país, y optó por apartarse de las grandes montañas
para volcarse en su familia. Messner repitió la ascensión al Everest dos años
después, esta vez en solitario y de nuevo sin oxígeno, y continuó una carrera
meteórica que le convertiría en el alpinista más grande de todos los tiempos.
Este año ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes
junto con el polaco Krzysztof Wielicki.
En
Aragón tenemos la suerte de contar con nuestra propia leyenda del himalayismo,
el jacetano Carlos Pauner. Fue el cuarto español es ascender a los 14 ochomiles
y pertenece al selecto grupo de 40 personas en todo el mundo que lo ha
conseguido. Nos conocimos en 2002, cuando regresaba de alcanzar la cima del
Makalu (8.463 m) y apenas había iniciado la carrera de los 14, y después viví
gracias a él algunos de los momentos más intensos de mi vida. Hoy Carlos está a
punto de acabar su último reto deportivo en marcha – Las 7 Cimas, la ascensión
a las montañas más altas de cada continente – y pronto se marcará nuevos
objetivos. Su actividad lejos de las montañas es también intensa porque junto
al deportista convive un motivador y consultor de empresas, un filántropo de la
mano de la fundación que lleva su nombre y un aviador consumado, su otra gran
pasión. Quizá sus días de mayor gloria han quedado atrás pero Pauner acepta su
condición de deportista legendario con un punto de inconformismo: tratándose de
él, cualquier cosa es posible. De lo que sí es muy consciente es de las
dificultades que acechan al montañero también aquí, a unos pocos centenares de
metros de altitud. Si en las cimas de las montañas el oxígeno es escaso pero
reina la autenticidad y una brutal sencillez, en el mundo presuntamente
civilizado las cosas funcionan al revés: el oxígeno abunda, y con él las
comodidades y lo superfluo, pero la sencillez se ha transformado en un complejo
laberinto de prisas, estrés y lucha por la supervivencia. No, las leyendas del
deporte tampoco escapan a estas servidumbres. La única diferencia es que los
Habeler, Pauner y compañía guardan en su mente un departamento de experiencias
extremas que iluminarán el resto de su vida. La belleza, la plenitud, la
tragedia. El oxígeno.
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