lunes, 11 de junio de 2018

HUMANIDADES (27/05/2018)

“¡Cuánta gente lista hay en el mundo! Y no somos nosotros.” La cita es mía, ya perdonarán la inmodestia, pero creo que refleja bastante bien cómo nos sentimos los que un día estudiamos humanidades y dejamos atrás para siempre los números y las matemáticas. El día que la pronuncié me encontraba en Loporzano, Huesca, escuchando las explicaciones de Julio Luzán, uno de los empresarios más visionarios de Aragón. Su compañía, Tecmolde, está a la vanguardia mundial en la construcción de escenografía para el arte, el cine o los parques temáticos. Julio comenzó en 1991 modelando la calabaza Ruperta para el “1,2,3” y hoy ejecuta trabajos como el parque temático de Ferrari o una cabeza de dragón para “Juego de Tronos”. El nivel de sofisticación de las máquinas que emplea le hace a uno sentirse pequeño. 
En casa también me ocurre. Enciendo el ordenador y al ver esas pantallas repletas de misteriosos códigos no puedo evitar preguntarme en qué estado de desarrollo tecnológico se encontraría la humanidad si todo dependiera de gente como yo, una mezcla de escriba, leguleyo y artista. ¿Escribiríamos todavía con plumas de ave? No me veo con fuerzas intelectuales para inventar la televisión o el motor de explosión, y con la rueda tengo serias dudas. Sí, soy consciente de que el saber humano es el resultado de la acumulación del conocimiento de miles de generaciones pero qué quieren que les diga, en estos tiempos es difícil no pensar que los de Letras nos hemos quedado atrás y que los de Ciencias amenazan con no dejar de innovar nunca, en informática, robótica, medicina o física de partículas. 
¿Por qué este creciente desequilibrio? ¿O habría que decir reequilibrio? Porque en tiempos pretéritos la religión, la filosofía, la política y el derecho, las ciencias sociales en definitiva, eran las reinas del saber. Las otras ciencias, las naturales o las matemáticas, estaban sometidas a las primeras, y en cierta medida, frenadas por ellas. Una vez que lograron liberarse, subidas al caballo de la técnica, empezaron a ganar velocidad hasta llegar a la brutal aceleración de hoy, cuando las humanidades parecen no poder seguir el ritmo. Los artistas, los filósofos y los políticos estamos en crisis. ¿No tienen la sensación de que sería más eficiente que nos gobernara el jefe de planta de General Motors que un licenciado en humanidades? El problema sería que ese ingeniero competentísimo dimitiría al poco tiempo al comprobar que en política casi nunca se puede hacer lo que se quiere sino lo que se puede, y que la lista de condicionantes subjetivos fuera de control es tan larga – la opinión pública, los rivales, las ideologías – que estaría deseando volver a la “tranquilidad” de una factoría que produce más de 2.000 coches al día. 
Noto que me estoy viniendo arriba: ¡las humanidades también son necesarias, claro que sí! Aunque su ritmo de evolución sea el de un gasterópodo en comparación con la liebre de la tecnología, la sociedad moderna siempre necesitará de las ideas, la abstracción, el arte y las componendas de la política. Lo que no nos podemos permitir, hombres y mujeres de Letras, es dejar de pensar. Debemos tomar nota del dinamismo de nuestros hermanos de ciencias, de los cerebritos que solo piensan en I+D. Porque no está todo dicho en política, en filosofía, en la forma de afrontar la vida o arreglar el mundo. Todavía hay grandes contribuciones que hacer. Quizá así algún día podamos decir: “¡Cuánta gente lista hay en humanidades! El mundo no sería posible sin ellos”.  

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