martes, 23 de junio de 2015

CABRONES (03/04/2015)

La suerte de la cabra montesa en la cordillera pirenaica ha sufrido cambios drásticos. Durante milenios su existencia fue bastante apacible, paseando su imponente cornamenta por lo alto de los riscos, lejos del alcance del depredador más metódico, ingenioso y en ocasiones despreciable que ha dado la naturaleza. Los pocos especímenes humanos que se aventuraban por sus resbaladizos y vertiginosos dominios debían dedicar tanta atención a no despeñarse, que apenas les quedaba puntería y mala leche para poder abatir al cornúpeta. Pero… ¡ay!, los cabroncetes humanos no se rinden fácilmente. Un día vinieron con un trabuco. Al día siguiente con una carabina. Y llegó el día en que subieron del valle un rifle Remington con mira telescópica, capaz de meter una bala entre ceja y ceja a cualquier bicho viviente a cientos de metros de distancia. De pronto, la estrategia del “cógeme si puedes” ya no funcionaba. Como las cabras no conocían otra, se limitaron a buscar un risco todavía más alto y remoto para escapar de las balas de los aristócratas de turno. Inútilmente. Cayeron una tras otra hasta la extinción definitiva. Entonces llegaron los lamentos. Con los años aparecieron los conservacionistas, que se empeñaron en conseguir que la cabra montesa volviera a brincar por las montañas pirenaicas. Después de 30 años de negociaciones, en aplicación de un acuerdo firmado en 2014 por España, Francia y Andorra, el pasado martes se soltaban con éxito diez ejemplares en Pont d´Espagne, en el Pirineo francés. Espero que les administren algún tipo de tratamiento psicológico. A las cabras, me refiero. Porque la confusión que deberá llevar será importante: primero me tirotean hasta la extinción y ahora me llevan entre algodones. A ver quién les explica que los humanos somos así: bondadosos, o los peores cabrones que hayan pisado la tierra.

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