martes, 23 de junio de 2015

TODOS TENEMOS PROBLEMAS (24/04/2015)

Mi amigo Carlos Pauner, el alpinista más grande que ha dado esta tierra y una de las personas más lúcidas que conozco, puede llegar a ser tan directo como un derechazo a la mandíbula: cuando algún conocido se le acerca a contarle sus penas y a lamentarse de lo mal que le trata la vida, le escucha durante un rato; sin embargo, si la cosa se alarga, acaba por interrumpirle: “¡Bueno, ya está bien! ¡Que todos tenemos problemas!” La suya es la deformación profesional propia de los que han salvado el pellejo muchas veces en situaciones límite, y valiéndose solo de sus propios recursos. Para Pauner, es obvio que lamentarse en medio de una ventisca a veinticinco grados bajo cero es la mejor manera de acabar convertido en estatua de hielo y decorar macabramente la ruta de ascenso a alguna de las cumbres más altas del planeta. Afortunadamente, la mayoría de los mortales no nos movemos por esas tierras inhóspitas, pero creo que la moraleja sigue siendo de utilidad aquí abajo. Nos quejamos demasiado. Somos una sociedad de llorones, y la queja permanente nos lleva a la parálisis. Alguien dirá que no nos faltan motivos pero… ¿hay alguien en el mundo que no los tenga? La especie humana ha evolucionado hacia unos seres tan delicados, que hemos ido estrechando la franja de la felicidad hasta convertirla en una línea casi invisible. Cuando no tenemos frío, tenemos calor. O no tenemos qué comer, o comemos demasiado. Si no cumplimos nuestros sueños, nos frustramos. Y si los cumplimos decimos, ¿ahora qué? Basta de quejas. Si tu país, tus políticos, tu cuenta corriente, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tu marido, tus pies, tu vecino (el que pone la televisión a todo volumen), el perro de tu vecino… no te gustan, por favor, no hace falta que me lo cuentes. Que todos tenemos problemas.

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