Hace ya años que algún sesudo politólogo anunció a bombo y platillo la
muerte de las ideologías. Izquierdas y derechas habrían dejado de tener sentido
en un mundo globalizado donde las ideas políticas de unos y otros se
diferenciaban más en la cosmética que en el fondo. No lo voy a discutir. Sin
embargo, sigo pensando que ser conservador o progresista, más allá de lo
abultada que uno tenga la cuenta corriente, constituye una forma de sentir y pensar
casi innata, cuyo origen debe residir en la propia organización de las
estructuras cerebrales. No es sorprendente, por tanto, que la distinta forma de
operar las neuronas tenga también manifestaciones completamente ajenas a la
política. Tomemos la retórica, por ejemplo. La izquierda tiene gusto por la
repetición y el pleonasmo; no le duelen prendas en dedicar medio discurso a
remarcar que se dirige a los diputados y las diputadas, a los trabajadores y a
las trabajadoras y así, hasta que haga falta. La derecha, en cambio, se pirra
por el oxímoron, que es esa figura retórica que consiste en complementar un
término con otro que tiene un significado opuesto y contradictorio, y que es
una forma más liberal y económica de expresar una idea con mucha carga de profundidad
y pocas palabras: calma tensa, fuego helado, instante eterno. El último de sus
miembros en utilizarla ha sido el ex-presidente de la Comunidad de Murcia, que
ha definido el estado de ánimo en el seno del Partido Popular en favor de la
retirada de Rajoy como "un clamor silencioso". Demasiado silencioso,
me temo. Porque el aludido es hombre a prueba de silencios, por muy clamorosos
que sean, y se resiste a admitir que su tiempo político ha pasado. No solo su
partido, España entera necesita que lo comprenda. Sin figuras retóricas. Ojala
alguien más reúna el valor para decírselo.
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