martes, 26 de abril de 2016

PAÍS DE CHORIZOS (12/02/2016)

No fueron seis años, como se publicó al principio. Un funcionario gaditano llevaba ni más ni menos que catorce cobrando el sueldo sin aparecer por su puesto de trabajo. Joaquín García, cuñado de un candidato socialista a la alcaldía, había entrado en el ayuntamiento de Cádiz como director técnico de Medio Ambiente, y cuando llegaron los otros, los peperos, fue recolocado en una empresa municipal. Según afirmaba el gerente de Aguas de Cádiz, que tenía su despacho junto al del ausente, “llevaba años sin verle”. Ahora el ayuntamiento le reclama una importante cantidad de dinero, la justicia ha fallado en su contra y el absentista recalcitrante alega un caso de mobbing – se le encargó un trabajo que no tenía ningún contenido - que le llevó a convertirse en un lector empedernido de Spinoza y, finalmente, al diván del psiquiatra para recibir tratamiento. Parece una historia sacada de un concurso de chirigotas pero, desgraciadamente, no lo es. La falta de rigor con la que se ha administrado el dinero público por parte de muchos ayuntamientos españoles produce auténtico estupor. Ahí tenemos el estercolero valenciano, del que empiezan a surgir nuevos casos de corrupción que amenazan a la mismísima Rita Barberá. O el caso aragonés más sonado, el de La Muela, cuya antigua alcaldesa, del Partido Aragonés, se sienta estos días en el banquillo de los acusados. Si la institución democrática más próxima al ciudadano es la primera en sufrir el azote de la corrupción, hay que deducir que la sociedad sufre una crisis de valores agudísima. Porque en los ayuntamientos se hace evidente que los políticos surgen de la sociedad misma, casi sin intermediarios. Que nadie se engañe, por tanto. La clase política que padecemos no nos ha tocado en un fatídico sorteo. Simplemente, vivimos en un país de chorizos.

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