martes, 26 de abril de 2016

PANAMÁ PAPERS (15/04/2016)

La capital de Panamá se llama Panamá. Por un lado, un sistema muy económico de sacarle rendimiento a los nombres, y por otro, un sabotaje al juego de adivinar capitales, única forma de lucimiento de niños resabidos y poco deportistas. Porque en Panamá siempre han entendido mucho de economías. Recuerdo que el libro de geografía de la EGB ya decía que una mayoría abrumadora de la flota mercante mundial estaba matriculada... ¡en Panamá! Aquello era un misterio insondable para un niño como yo, clase media hasta la médula, cuyos padres no tenían sociedades domiciliadas en aquel lejano país con un canal muy importante que, cómo no, también se llamaba Panamá. Por cierto, el genuino escándalo de Panamá estalló mucho antes de que políticos, artistas y demás gentes de posibles decidieran crear sociedades al sol caribeño, y que fueran objeto de la reciente filtración conocida como Panamá Papers y dejados con sus vergüenzas, hipocresías y miserias a la vista de todos. Ocurrió a finales del siglo XIX, con motivo del primer intento fallido de construcción del Canal; aquel chanchullo dejó sin ahorros a casi un millón de incautos e inició una tradición de país corrupto que se ha mantenido hasta hoy. Pero no nos ensañemos demasiado con los panameños, que en lo que se refiere a falta de transparencia, juego sucio y operaciones económicas malolientes, la lista es más larga que la muralla china. Porque todos los paraísos fiscales son, para este escribidor, países corruptos. Luxemburgo, sin ir más lejos. Y también lo son aquellos que firman acuerdos bajo la mesa con todopoderosas multinacionales, pesadilla del pequeño emprendedor, para garantizarles privilegios fiscales. Holanda o Irlanda, por ejemplo. El mundo puede llegar a ser profundamente injusto. Pero tampoco necesitábamos a Panamá para saberlo.

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