Como la especie política es optimista por naturaleza y tiende a
sobrevalorar sus méritos y posibilidades, todos los candidatos que concurrieron
a las últimas elecciones generales están convencidos de que mejorarían sus
resultados en caso de que se repitieran. Esto último no parece imposible, tal y
como van las negociaciones para formar gobierno. La tentación debe ser grande.
Borrón y cuenta nueva. Cuando alguien les recuerda que organizar unas elecciones
tiene un coste directo de 150 millones de euros y uno indirecto mucho mayor,
difícil de medir porque afecta a la credibilidad y a la estabilidad de todo un
país, suelen sacar una sonrisa traviesa y decir: aún queda tiempo, no está todo
decidido. No parece una actitud demasiado seria. Si el electorado ha votado por
un resultado fraccionado, repartido y complicado, por algo será. Lo que no
puede admitirse es querer repetir las elecciones hasta que el resultado sea
“aceptable”. En primer lugar, porque es de ingenuos pensar que eso se vaya a
producirse; la experiencia histórica demuestra que aquellos países que vivieron
procesos electorales muy repetidos acabaron por cargarse el invento: la
democracia cayó en el desprestigio porque se demostró incapaz de proporcionar
al país un gobierno estable. Personalmente, creo que la legislación debería
restringir la posibilidad de celebrar nuevas elecciones a casos verdaderamente
excepcionales, y el actual no lo es. ¿No han conseguido una mayoría confortable
para investir a un presidente? Pues búsquenla, y si para ello tenemos que
inaugurar una nueva etapa de gobiernos de coalición en este país, hagámoslo.
Ministros de diferentes partidos en el mismo gobierno, algo habitual en
cualquier país europeo y todavía inédito en la democracia española. Señores
políticos: hagan política. Que ya va siendo hora.
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