martes, 26 de abril de 2016

ESCRACHES (26/02/2016)

Detesto la violencia. La física, por descontado, pero también la gestual, la verbal, la escrita, y hasta la de pensamiento. Otro comportamiento humano que tampoco soporto, cuando está íntimamente relacionado con el anterior, es la cobardía. La violencia cobarde, es decir, la que se aprovecha de una situación de superioridad o de la pertenencia a un grupo frente a un individuo solitario, me parece una conducta despreciable. Entre sus practicantes podemos encontrar, por ejemplo, al energúmeno que insulta al árbitro desde la grada de un campo de fútbol. O a la jauría anti-sistema que patea a un policía en el suelo durante una manifestación ilegal. Por cierto, esto último despertaba no hace mucho en el líder de Podemos, Pablo Iglesias, una profunda emoción, por el compromiso de esos chicos, “que se la estaban jugando”. Sí, se refería a los pateadores. Está claro que el citado político y un servidor tenemos sensibilidades tan dispares como las de un terrícola y un habitante de Plutón. Pero volviendo al razonamiento anterior, el lector podrá entender a estas alturas que cuando alguien se sacó de la manga la práctica del escrache, ese atosigamiento físico y verbal en la puerta de la vivienda de un político por una turba de individuos muy cabreados, volví a sentir ese asco por mí tan bien conocido. Una vez más, esta sensibilidad mía no fue compartida por conspicuos dirigentes de Podemos, que lo defendieron como el ejercicio de la libertad de expresión. Esta semana, el caprichoso destino ha querido que uno de ellos haya sido víctima de un escrache. ¡Qué bonita oportunidad le ha dado la vida de ser consecuente con sus actos/escraches del pasado! Como ya sabrán, no lo ha sido. Ha puesto el grito en el cielo. Por una vez, voy a estar de acuerdo con él: me sigue pareciendo lamentable.

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