Estoy seguro de que algo se nos escapa. Como ocurre siempre que un
extranjero se asoma a la realidad profunda de otro país, por muy buena
intención que se ponga, uno no se suele enterar de casi nada. Para comprender a
España, por ejemplo, si no sabes que el Cola-cao hace grumos en la leche y el
Nesquik es instantáneo, si no sabes que Massiel cantó el Lá-lá-lá y luego tuvo
algún problemilla con la bebida, si nunca has visto a Arias Navarro lloriquear
por la muerte del generalísimo, jamás llegarás a rascar más allá de la
superficie. Lo mismo ocurre con los Estados Unidos de América. A pesar de todas
las películas, las hamburguesas y la Coca-Cola que nos han metido, estoy seguro
de que no tenemos ni la menor idea de por dónde respira verdaderamente ese
país. ¿Cómo es posible si no, que nos parezca tan increíble la incendiaria
llegada a la palestra política de un personaje como Donald Trump? Si nadie lo
remedia, el grosero, grasiento y voceras millonario neoyorkino va a convertirse
en el candidato republicano a la Casa Blanca en las próximas elecciones de
noviembre. ¡Y no es ninguna broma! Ahora entenderán por qué me aferro a esa
teoría de la insondabilidad de las almas nacionales. Tiene que existir una
explicación racional que justifique que el país más desarrollado y poderoso de
la tierra sea capaz de alternar en su liderazgo a personajes como Barack Obama
–inmaculado, equilibrado y prácticamente perfecto – y al citado Trump –
excesivo, demagogo y provocador. Rezo para esa explicación descanse en el
humanísimo argumento de que ni Obama es tan bueno como parece, ni Trump tan
malo. En todo caso, siempre nos quedará el Partido Demócrata. La ex-primera
dama tiene ante sí una oportunidad de oro para convertirse en la primera mujer
presidenta de la historia de su país. Por lo que más quieras, Hillary. No la
dejes escapar.
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