domingo, 29 de marzo de 2009

2009 (Enero 2009)

Por una vez, el mundo entero se ha puesto de acuerdo en algo. Desgraciadamente, no se trata de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre o de una acción vigorosa para frenar el deterioro del planeta. Al parecer, el 2009 va a ser un año apocalíptico. La crisis económica es tan profunda, dicen los expertos, que nadie sabe realmente cuando tocaremos fondo. En estas circunstancias, desearle a alguien feliz año nuevo suena irremediablemente a chiste de humor negro. Para más inri, el último día del año cumplí los cuarenta de vida, y la visión de las velas con forma de numerito sobre la tarta no se me va de la cabeza. Delante de ese cuatro y ese cero, tan orondos, tan rotundos, casi me faltó el aire para soplar. Cuarentón y de cabeza a una crisis, menudo panorama. Lo siento pero me rebelo, no me da la gana, hasta aquí hemos llegado. Me niego a comenzar el año uniéndome al coro universal de agoreros que pronostican un mundo peor para el 2009. Aunque el conflicto arabe-israelí, la violencia machista o el aumento de los niños respondones en las escuelas parezcan desmentirlo, nuestro mundo es mejor cada día. Más justo y más compasivo. Nunca en la historia los seres humanos se preocuparon más por el destino de sus semejantes, por su sufrimiento o su bienestar. Al que tenga alguna duda o crea que me he dado un golpe en la cabeza, le invito a repasar un buen libro de historia universal. ¿Triunfalismo? En absoluto. Tropezaremos mil veces, sufriremos crisis de todos los colores, pero saldremos adelante. Me propongo comenzar este 2009 con los sentidos bien alerta: las ideas que transforman el mundo no surgen en tiempos de calma. La crisis será dura. Cambiar siempre lo es. Pero yo ya estoy deseando verlo. Viva 2009.

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