domingo, 29 de marzo de 2009

CHINOS (Agosto 2008)

Se les teme cada vez más. Por eso, cuando surge la oportunidad de poner al descubierto sus vergüenzas nos dejamos llevar. Al parecer, la preciosa niñita que cantaba en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos lo hacía en playback. La voz original pertenecía a otra, menos agraciada y más rellenita. Que quieren que les diga, me parece que el inventor de tan deleznable técnica debe estar más cerca de Hugo Stuven que de Mao Tse-tung. Escandalizarse a estas alturas de algo así, me parece un ejercicio musculoso de hipocresía. Miedo, mucho miedo. Y no sólo por las medallicas olímpicas, que se las van a llevar todas. Cualquier cifra referida a los chinos lleva inevitablemente a preguntarse hasta dónde pueden llegar. Ya son más de 1300 millones. Como dice el chiste, lo importante es saber qué pasará con el globo terráqueo cuando todos los chinos den un salto al mismo tiempo. Porque esta formidable masa humana se ha puesto en marcha, y no tiene aspecto de querer parar: en la próxima década, se calcula que 200 millones de chinos abandonarán el campo para vivir en la ciudad. En occidente, no todos contemplan el fenómeno como una amenaza. El grupo francés Carrefour abrió su primer supermercado en el país hace doce años. Al principio, los chinos, acostumbrados a las rancias tiendas del estado, no se atrevían a entrar. Hoy son 116 establecimientos, con un millón de clientes diarios que han perdido definitivamente el miedo: el año pasado, una estampida humana por culpa de una oferta de aceite de oliva provocó tres muertos. Sin embargo, para comprobar el empuje de los chinos no hace falta coger un avión. En mi barrio, basta con entrar en un bar y pedir un café. El dueño lo servirá mirando de reojo la televisión, con un puntito de orgullo. Otra medalla. China, por supuesto.

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