domingo, 29 de marzo de 2009

JOSECHU (Diciembre 2008)

Conozco a Josechu desde que tenía cinco años. Cada vez que íbamos a casa a merendar, mi padre decía invariablemente: Josechu, tienes cara de no haber roto un plato en tu vida. Me costó años entender lo que significaba aquello. Josechu sabía poner esa cara angelical delante de los padres, de niño perfecto, y después cometer las mayores gamberradas, con preparativos y a conciencia. Porque Josechu fue siempre un gamberro y, sobre todo, un soñador muy metódico. Quiso construir un coche de rallies, ser piloto de fórmula 1 o tunearse una vespa. La mayoría de sus planes se frustraba por imposibilidad material, legal o ambas a la vez. Desde muy pequeño comenzó a oir a su alrededor una frase que le acompañaría toda su vida: ¡Ya está Josechu con otra de sus locuras! Cuando un buen día dijo que abandonaba sus estudios universitarios de ingeniería para convertirse en cocinero y marchó a Madrid a fregar platos en los mejores restaurantes de la capital, no se puede decir que el mundo se extrañara demasiado. Otra locura más. Ya volverá. Pero no lo hizo. Pasaron los años y de un restaurante pasó a otro. Poco a poco, de fregar los platos pasó a prepararlos. Su aprendizaje le llevó al País Vasco, a Cataluña, a estar junto a los mejores, como a él le gusta, metódicamente. Volvió a Zaragoza y abrió su restaurante. Durante dos años, su nombre nunca sonó entre los cocineros famosos de la ciudad. Josechu no era hombre de marketing. Y hace pocas semanas saltó la noticia: a su restaurante le habían concedido la estrella Michelin, la única de Zaragoza. Le llamo para felicitarle: Josechu, quiero escribir un libro sobre tu vida, eres la encarnación del sueño maño-americano. Josechu ríe y, aunque no veo su cara, puedo imaginarla. Creo que todavía no ha roto ese plato.

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