domingo, 29 de marzo de 2009

LAS PESADILLAS DE DARWIN (Marzo 2009)

Junio de 1858. Charles Darwin, naturalista inglés de 49 años, no consigue dormir. En su vida, todos los frentes de lucha parecen haberse puesto de acuerdo para lanzar un ataque feroz. La enfermedad crónica que sufre desde hace décadas avanza imparable. Una epidemia de escarlatina amenaza la vida de sus hijos (Charles Waring, de dos años, morirá en pocos días) Su teoría científica más preciada, la que escribe secretamente en un cuaderno rojo que nadie más lee, se encuentra gravemente amenazada. Charles Darwin no puede dormir porque se siente culpable. ¿Qué clase de padre se preocupa durante un solo minuto de su prestigio profesional, mientras sus hijos mueren delante de sus ojos? La carta de su colega Wallace le ha llenado de inquietud. Se está acercando extraordinariamente a la teoría de la evolución de las especies por medio de la selección natural, que él concibió hace más de 20 años y que sólo sus más íntimos conocen. ¿Qué demonios le ha impedido publicarla hasta ahora? ¿Las dudas religiosas? Aceptar que la especie humana es una más dentro de la creación, resultado de la evolución de especies anteriores, echa por tierra el relato de la Creación y la singularidad del hombre, que proclama la religión. Pero no. Hace años que las dudas religiosas dejaron de mortificarle. Ahora acompaña a su familia hasta la puerta del templo, y aprovecha para pasear por el campo, sumido en sus pensamientos. ¿Por qué, entonces, este silencio de años? El rostro de Darwin dibuja una sonrisa en la oscuridad. Está recordando cómo se sintió la primera vez que se atrevió a hablar a su amigo, el botánico Hooker, de su gran secreto: fue como confesarse culpable de asesinato... La sonrisa se transforma en un rostro de determinación. Mañana empezará a escribir. Agotado, el sueño le acoge al fin.

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