domingo, 29 de marzo de 2009

LA REVOLUCIÓN DEL FUTBOL (Junio 2008)

Es el color que más se acercaba: un rojo tirando a granate. Como no me veo con la camiseta oficial de la selección española, escudo en el pecho y un “Torres” o un “Villa” sobre el breve recorrido de mis hombros, he optado por tirar de fondo de armario. Cuando lean estas líneas, el partido contra los rusos habrá acabado y mi camiseta descansará ya en el cubo de la ropa sucia, víctima de este verano canalla y traicionero, del sufrimiento de una tanda de penaltis o de la euforia desatada. Estoy contento de mi relación con el deporte del pelotón. Me subo al carro para disfrutar de sus emociones cuando me apetece; durante un partido con el que conecto puedo gritar y comportarme con el mayor de los forofos. Sin embargo, puedo vivir sin fútbol y la tristeza por la derrota de mi equipo me dura minutos. Comprendo a los que no les gusta o lo consideran aburrido y, al mismo tiempo, no me encuentro desplazado en ninguna conversación futbolera, por muy técnica que sea. Incluso esta cabeza cuadriculada y capricorniana que Dios me ha dado, ha engendrado teorías sobre cómo organizar el juego, fórmulas mágicas para ganar Champions Leagues que, probablemente, me llevaré a la tumba. Me gusta el fútbol porque es una metáfora de la vida. De sus tribus, sus conflictos, pasiones, noblezas y miserias. Sustituir las guerras por eurocopas me parece una de las mayores y menos advertidas revoluciones que ha experimentado jamás este sufrido continente. Cojan un libro de historia. Cuando Felipe II, Napoleón o Hitler diseñaban tácticas sobre una pizarra, no hablaban precisamente de fútbol. Más valía empezar a hacer hueco en los cementerios. Escuchar lieders de Schubert o leer a García Lorca podrá ser un pasatiempo mas fino. Pero no más civilizado.

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